Monday, October 29, 2007

Una página en blanco

Una página en blanco, casi como mi vida, casi como la vida misma.
Ese deseo humano de escribir sobre ella era casi frustrante, porque no sabía qué escribir, qué decir, qué pintar... como en la vida misma.
Entonces comencé a garabatear palabras, tratando de que tuvieran algún sentido, alguna relevancia para el mundo. Ni siquiera para mí, sino para el mundo.
Como en la vida misma, ante una página en blanco se procura ser cuidadoso, virtuoso, alegre. Se trata de darle significancia a algo insignificante, como una página en blanco, como la vida misma.

Y al no encontrar nada significativo para decir, comencé a decir boludeces. Esas que no tienen importancia para nadie, tampoco para mí. Al menos ejercitaba, así, los dedos. Quitaba el polvo de las teclas de la computadora, las acariciaba, las golpeaba. Una pausa. No sé qué otra cosa decir, sólo boludeces. Y el diccionario de Word me señala que la palabra boludeces no existe, la subraya en rojo para que me de cuenta de que he cometido un error al escribirla.

El diccionario de Word se cree con la autoridad necesaria para señalarme un error que me dio la gana cometer, porque –en realidad- si no me importa decir boludeces ¿qué me va a importar escribir tal palabra? Siempre las digo, algunas veces en serio, otras porque... no hay por qué, no hay necesidad de explicarlo todo ¿o sí?

En ese deseo humano de ser importante, bueno, decente, la gente trata de explicar sus actos y sus palabras ¡y no decir boludeces! ¡Mucho menos hacerlas! Pero Yo las hago y las disfruto. A pesar del diccionario de Word, a pesar del diccionario social. Y, a medida que escribo, me doy cuenta de lo indiscriminado del uso de la palabra social en mi vocabulario. Además de usarla de más, la uso con una suerte de desprecio, como si todo lo social fuera feo, malo o al menos estúpido, sin sentido, sin conciencia, sin personalidad.

Lo social, lo antisocial, lo asocial. Palabras, conceptos, letras puestas en un orden determinado que hacen una palabra. Lo social, gente puesta en un orden determinado que hacen... ¿qué hacen? Quería escribir algo genial y me quedé sin palabras, sin letras, sin orden determinado. De nuevo Yo tratando de darle sentido a las boludeces que pienso. Y cada vez que el diccionario de Word me recuerda que la palabra no existe, me encabrono un poco, porque siento que me quiere imponer su “forma correcta” de escribir. Sólo hace falta que agregue la palabra al diccionario y dejará de señalarme como la boluda que soy (y ahora me señala boluda), pero no quiero hacerlo, no por pereza, no por nada en particular, simplemente porque no me da la gana.

La página en blanco, como la vida misma, dejó de ser tan blanca y tiene un montón de caracteres que, puestos en un orden determinado, han formado palabras y, esas palabras, puestas en un orden determinado, han formado algunas ideas. Ideas que tal vez carezcan de sentido, pero eso no puede señalarlo el diccionario de Word, pero –curiosamente- sí la sociedad. ¡Ajá! Y vamos otra vez con lo social, porque –debe admitirse- la sociedad tiene su diccionario de ideas que son aceptadas como buenas o malas, geniales o estúpidas. Más que un diccionario completo, es casi una especie de diccionario de sinónimos y antónimos. Todo parte de la palabra “bueno”. A partir de esa palabra todo adquiere significado, incluso las personas adquieren significado y calificativos. Bueno es una virtud, lo que no es bueno, o socialmente bueno, es malo y es un defecto.
Yo, como ser no social, asocial o antisocial, no soy buena. Me gustan más los defectos que las virtudes, al menos de entrada. Pasa que las pasiones, las emociones, la intensidad, son vistas como cosas malas. Claro está que la sociedad acepta, en cierta medida, un poco de cada cosa, en contextos determinados. Manifestar emoción, cierto grado de emoción, ante la llegada de un niño al mundo, es bueno. Ser apasionado... no sé cuándo es bueno, seguro que tiene una medida y un lugar perfecto para manifestarse, pero Yo no sé cuál es, al menos no en este momento.

En Bogotá las ventanas sólo abren por un pequeño rectángulo donde no cabe una cabeza adulta. Es absolutamente imposible asomarse a la ventana a ver la lluvia, a ver la luna, el cielo o la nada. Como hace frío, los arquitectos decidieron solucionar todo haciendo ventanas grandes imposibles de abrir. Es como un corazón frío, que de lejos se ve grande y luminoso, pero por el cual no puedes pasar porque la parte que se abre es tan chica, tan angosta, que apenas cabe una mano.

Otra idea que viene a llenar la página en blanco. Un cambio de tema drástico para llenar de palabras una hoja virtual, una hoja que no existe, que no puedo palpar, que no puedo arrugar y botar al cesto de la basura a menos que la imprima y la arrugue. Aquel viejo placer de rayar una hola en blanco con boludeces y, al darse cuenta de la cantidad de sinsentidos escritos, arrancarla de su árbol llamado block o sacarla del montón de hermanas en blanco, arrugarla, destruirla con todo y boludeces. ¡Como si eliminando a la pobre hojita se eliminaran las boludeces! Esas quedan. Siguen las neuronas haciendo las mismas sinapsis y creando nuevas y más intensas boberías. Esa palabra sí existe.

Ahora, en este momento de grandes avances tecnológicos, hay una forma más rápida y trágica de eliminar las boludeces de la vista. Sólo con hacer click en la X del cuadrito rojo del extremo superior derecho se habrá dado una orden, cerrar el programa Word, y entonces saldrá una ventanita preguntando si querés guardar los cambios del documento 1. Como buen soldado, el programa bautiza cualquier idea escrita sobre esa hoja virtual que no podés tocar ni arrugar ni romper, como documento 1. Claro que puede ser 2 o 3 o los que sean. Pero, lo importante es, te pregunta si estás seguro de no querer guardar tus boludeces o tus genialidades llamadas documento 1. Con la poca autoestima que reina entre los seres humanos, se presentan dos alternativas, tan ridículas la una como la otra.

Habrá quienes crean que lo que escriben carece de toda relevancia para sí mismo y para el mundo. Entonces llevará el mouse a la opción NO. Hasta ahí llega ese cúmulo de letras colocadas en un orden tal que formaron palabras y las palabras que, en un orden determinado, formaron ideas. Ideas cuyo autor consideró carentes de sentido, lógica o lo que sea que sea importante para él. Eliminadas quedarán, muertas para siempre, convertidas en fantasmas que seguirán dando vueltas en la cabeza del boludo que quiso escribir boludeces y... eso fue lo que escribió.

Otros, por el contrario, considerarán que lo escrito es digno de ser conservado y merece, además, unos cuantos KB. Viene otra vez la mano, esta vez para mover el mouse hacia el SÍ. Una afirmación sobre sí mismo, una declaración “mis ideas son importantes y las guardo”. Pero no acaba aquí la tarea, la difícil tarea del escritor o del boludo, porque hay que ponerle un nombre a las boludeces. ¿Qué nombre podría recoger, sintetizar, señalizar el contenido de las letras que formaron palabras y de las palabras que formaron ideas? Documento 1 es demasiado vulgar, así no podría llamarse nunca una idea contenida en una página en blanco que dejó de ser lo que era para hacerse hogar de letras, palabras e ideas. Esa casa merece un nombre, pero no uno de esos nombres típicos del las casas en Venezuela. El hogar de una idea no se llamará jamás “San Judas Tadeo” o “La Milagrosa” o “Virgen del Carmen”. Las ideas tienen casas que suelen ser más difíciles de bautizar. A veces se llaman como la primera línea del documento, lo cual caracteriza a los escritores flojos o a los que se secaron escribiendo y les alcanzó el sumo para parir un nombre. Se pueden encontrar rasgos megalomaníacos en el bautizo de un documento 1, básicamente se delatan cuando llaman a cualquier boludez “disertaciones sobre...” Esos tipos que creen que todo lo que escriben son disertaciones realmente tienen problemas.

No se podría dejar de mencionar a los poetas de nombres. Todo, absolutamente todo, tiene que ser metafórico. Uno de esos tíos podría llamar a esta hoja “el brote de una idea” o algo por el estilo. Son sujetos que se conmueven con el brote de una semilla o por una mujer embarazada, cosas que para uno es tan vulgar y tan común que ya no provocan reacción. Y ya pasé a otra idea, a otra cosa, a otro tema. Como si fuera un noticiero, salto de una cosa a otra, sin guardar lógica, sin respetar al que podría ser un respetable lector.

El título del documento 1 ¿acaso importa? Tal vez esto se llame “como la vida misma”, porque escribo como vivo, porque no hablo como escribo a pesar de que a veces escribo como hablo.

Ahora, escribiendo como hablo, voy a hacer pipí y me voy a fumar un cigarrillo. Es duro escribir sin fumar, pero dado el tamaño del rectángulo que se abre de la ventana, fumar felizmente sentada frente a la pantalla de la computadora implicaría impregnar el apartamentito de olor a cigarrillo. Ahora resulta que los actos tienen consecuencias tan jodidamente rápidas que no permiten un margen de error, de inmadurez, de “porque me dio la gana”. Espero conmoverme la próxima vez que vea una flor abrirse... aunque, la verdad, me gusta cuando me conmuevo con el brote de una idea o el parto de un libro.

Ahora está lloviendo vertical, hace rato llovía de forma que las gotas parecían caer diagonal al suelo. Sé que es el la intensidad y dirección del viento el que causa uno u otro efecto, pero eso es demasiada información inútil para una hoja que dejó de ser blanca.

Está lloviendo como si un montón de enanos mínimos, y no es una redundancia, porque bien podría decirse –sin exagerar- enanitos mínimos o pequeños enanos... o lo que sea, lanzaran sus mínimas flechitas que se hacen agua al salir del cielo. Me encanta la lluvia, amo la lluvia. El otro día caminaba con mi sombrilla bajo una intensa lluvia, con los pies mojados, con el pantalón mojado hasta las rodillas ¡y me sentía feliz! Incluso encendí un cigarrillo bajo la lluvia y seguí caminando, luego comí helado y me senté, paraguas en mano, con la cola mojada, a ver cómo caía la lluvia. Sí, me conmueve la lluvia. ¡Y me alegra! Con la Cabalgata de las Valkirias de banda sonora, pisé cuanto charco se me atravesaba en el camino ¡y mira que no son pocos los que se forman en las calles de Bogotá!

Y sí, estoy viva, aún me conmuevo, aún paro ideas, aún tengo algo que escribir en una hoja en blanco... al final este documento 1 se llamará “una página en blanco”.