En diciembre casi pierdo a un amigo en un choque de paradigmas. Yo pienso que si alguien me dice “nos vemos antes de X día” ya hay un compromiso. Para mi amigo, es opcional, el mensaje real es “si puedo nos vemos”.
Yo sé, reconozco, admito que mi cerebro funciona diferente al de las personas normales. Para mí, cuando una persona dice “te llamo mañana” es porque me va a llamar mañana, de lo contrario ¿para qué alguien lanza una oferta que sabe no cumplirá? Si alguien me dice “nos vemos a las tres”, para mí es a las tres… incluso puedo ser medianamente amigable y esperar hasta las 3:15 sin ponerme de mal humor. Pero, para la gente normal, las tres es en realidad cualquier hora alrededor de las tres que no interfiera con sus necesidades.
Como tengo pocos amigos no me queda otro remedio que tratar de conservar los que me quieren como soy, así que reconocí que –aunque tengo razón en el fondo- equivoqué totalmente la forma de manifestar mi descontento, así que di el primer paso para salvar la amistad. Mi amigo, que es de ese tipo de personas que parece no pararle bolas a nada aunque en el fondo corra el riesgo de sufrir un ACV, aceptó las señales de paz y puso su granito de arena.
Conversando acerca de lo ocurrido, él dijo una frase que no ha dejado de hacerme ruido en el cerebro. Parafraseando, sus palabras fueron, más o menos “si se trata de una reunión de trabajo yo trato de ser puntual porque tengo que respetar el tiempo de la otra persona, pero si es algo informal y te digo que te llamo o que nos vemos, es sólo un decir, puede ser como puede no ser”.
Infortunadamente para el mundo, esta es la actitud, éste es el paradigma de la mayoría de las personas; por lo menos las que se toman la molestia de respetar el tiempo de alguien, porque la realidad es que el respeto del tiempo no está en la programación neurolingüística de las masas. Ni en Venezuela, ni en Colombia, y no sé si en algún lugar de América Latina. Para la gente llegar tarde es un asunto de idiosincrasia, no de respeto.
Ahora bien, lo que me hizo ruido fue el nivel de importancia que se le da a la amistad, evaluado a través de la importancia que se le otorga al tiempo de los amigos vs el tiempo de los relacionados con trabajo o negocios. A estos últimos se les debe respetar el tiempo porque son profesionales que cobran por su tiempo. Para mi amigo, que también es mi cliente, mi tiempo como economista vale más que mi tiempo como amiga. Yo le cobro por ser su economista, soy su amiga gratis, pero el valora y respeta más a la economista que a la amiga. A la amiga se le puede dejar esperando, a la amiga se le puede fallar, a la economista no… ¡Que choque paradigmático! Resulta que para mí es más importante Adriana Pedroza que la Econ. Adriana Pedroza.
Lo discutible no es, en ningún caso, que se le otorgue a los relacionados a trabajos o negocios el valor que les corresponde y se respete su tiempo minuto a minuto, como debe ser. Lo cuestionable es que las personas tienden a restarle tanto valor a lo que no se lucha, a lo gratis, a lo que viene del cielo. Porque los amigos no cobran por ser amigos, pero siempre están ahí cuando se necesitan, son los que apoyan, los que aman, los que sufren y ríen con uno. Y aunque sólo sea para verse las caras o darse un abrazo de navidad, si a un amigo se le dice “te llamo para vernos” se debería considerar ése el más importante de todos los compromisos, porque es un amigo.
Lastimosamente la gente piensa que los seres queridos siempre van a estar ahí, al lado, disponibles. Se tiende a creer que los seres queridos, los amigos, la familia, tiene que aceptarnos tal cual somos, porque para eso están. Y aunque hay cierto nivel de razón en ello, porque ya bastante tiene uno que actuar con el resto del mundo, me pregunto si no sería un poco más justo demostrarle a las personas queridas que de verdad se quieren, que son más importantes que los negocios y el trabajo, si que ello implique abandonar los negocios y el trabajo.
Ojalá llegara el día en que los seres humanos valoraran lo invaluable, lo que viene gratis del Cosmos, porque es tan valioso que no se le pudo poner precio. Así como el aire, la luz del sol, el abrazo de un amigo no tiene precio… y sí, para todo lo demás están las tarjetas de crédito.
Adriana Pedroza