Observando fotos actuales de Dubai, me resulta difícil pensar que se trata de una realidad y no de imágenes de una ciudad futurista de un cuento de ciencia ficción. Es impresionante lo que el hombre moderno ha logrado con su ingenio, con su creatividad y con el deseo de materializar las imágenes que el cerebro humano es capaz de dibujar. En varias páginas de internet se puede apreciar la ciudad antes y después de las enormes inversiones de capital en megaestructuras, que son dignas de admiración y respeto. Sin duda el hombre es capaz de realizar lo inimaginable y, por supuesto, disfrutar de esas maravillas turísticas requiere una inversión inimaginable.
Sin embargo, no puedo ocultar mi asombro al revisar las cifras de pobreza en los Emiratos Árabes, ubicadas en 19,5% en el año 2008. Tampoco puedo ocultar la indignación que siento cuando leo las historias de explotación de los trabajadores en la mágica ciudad de Dubai… y sí, Yo soy capitalista y creo en el libre mercado.
Siempre he pensado que cada ser humano es libre de disfrutar del fruto de su trabajo como mejor le parezca y que el Estado es el responsable de auxiliar a las personas que se encuentren en situaciones desfavorables, porque si los ciudadanos pagan impuestos y las empresas pagan salarios justos, los individuos no están obligados a interferir en la política social, para eso se elige a un representante al poder Ejecutivo.
El problema viene cuando las políticas económicas y sociales hacen que la brecha entre ricos y pobres crezca a tal punto que los ciudadanos de un país eligen como representante a un encantador de serpientes, que promete acabar con la desigualdad social y destruye a una nación entera, de manera sistemática, pero “democrática”. Ese fue el caso de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, entre otros.
Sin duda el caso Venezuela resulta el más paradójico de todos, por tratarse de un país rico, con una democracia –supuestamente- blindada y con un aparato productivo en desarrollo. Pero la desigualdad social le pasó una altísima factura a la historia y, la que otrora fuera la democracia más sólida de América Latina, actualmente un dictador es capaz de imponer racionamientos de electricidad y asomar la idea de imponer tres minutos para el baño diario y no se generan reacciones de importancia, ni dentro ni fuera del país.
Hoy, que vivo en Colombia, he sido testigo de la indiferencia del ciudadano común ante los problemas sociales de sus compatriotas, como antes lo vi en Venezuela, sólo que ahora conozco la cara de la indiferencia y no quiero verla plasmada en suelo colombiano. La facilidad con la que se puede explotar un discurso de izquierda en Colombia, o en cualquier otro país donde la pobreza y la desigualdad estén gestando la bomba de tiempo que significa el resentimiento social, es un tema que me asusta, porque Yo no quiero ver reproducido el modelo venezolano en ningún otro país del mundo.
Definitivamente el ser humano es capaz de lograr las proezas más impresionantes que podamos imaginar, siempre y cuando la voluntad acompañe el sueño creador. Quizá si fuéramos un poco menos indiferentes con las necesidades de esos extraños, a quienes llamamos “los demás”, hace tiempo se hubiese erradicado la pobreza en el mundo, porque capacidad nos sobra, pero voluntad… ¡cuánta hace falta! Mientras tanto, mientras sigamos eligiendo la indiferencia como el camino a seguir en nuestras vidas, tendremos que lidiar con las repeticiones históricas de las luchas sociales, lideradas por psicópatas que agravan el problema y dejan al mundo más inhumano de lo que lo encontraron.
Adriana Pedroza
1 comment:
Buen comienzo
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