La crisis financiera mundial continúa y los economistas debaten acerca de las causas y las posibles soluciones en diferentes plazos. En lo que todos concuerdan es que los países en desarrollo serán los motores de la recuperación mundial, pues las economías desarrolladas están atadas de manos… o de bolsillo.
Para mí lo más llamativo es el tema del consumo. Porque el problema de la economía mundial es que los individuos de los países del primer mundo ya no consumen en las cantidades que solían hacerlo. Han intentado hacer de todo para estimular el gasto de consumo, pero la incertidumbre, el miedo, el cambio en los patrones de comportamiento económico han hecho que ni las mejores ofertas en crédito al consumo, ni la baja en los precios de los bienes de consumo hayan mejorado el panorama.
Yo soy una liberal de corazón, me gusta la idea de la libertad, pero siempre he pensado que en algunas circunstancias la libertad es demasiado subvaluada para algunas sociedades o personas.
En nombre de la libertad económica se han creado cientos de necesidades ficticias en las mentes de los consumidores, quienes hacen hasta lo indecible para lograr comprar ese producto de moda, llámese auto, teléfono, casa o ropa. Esa creación de necesidades ha sido el verdadero motor del desarrollo, o del sostenimiento, del capitalismo en muchos países del mundo. Se inventa un bien, se crea la necesidad psicológica de tenerlo, se pone en el mercado y se vende. Muchas de las grandes corporaciones se han sostenido a largo plazo en el mercado porque han sabido crear una tras otra necesidad ficticia. Mientras existan más personas que crean que van a ser más felices por tener un Blacberry o por tener senos 36C o por tener un carro modelo del año, la economía sigue en movimiento y el consumo sostiene el desarrollo de la economía mundial. No importa qué se consuma, lo importante es que la gente sienta la necesidad de reemplazar constantemente sus activos para que el ciclo continúe a lo largo del tiempo.
Para la economía mundial es importante que el nuevo ejecutivo de una gran empresa sienta que ahora necesita una casa más grande, un carro de lujo, un reloj nuevo y cualquier cantidad de adminículos que lo representen como la persona importante que ahora es. La mujer que ha alcanzado cierto estatus, ya no querrá usar el labial de catálogo que compraba a US$ 6, ahora debe querer usar aquel cuyo precio sea acorde a los gustos que puede darse ¡y se va a convencer que ése, el de US$ 100, es el que realmente la hace ver y sentir mejor!
Detrás de la gente común y corriente que mueve la economía con sus gastos de consumo, están los idealistas del modelo, los geniecillos que dedican su vida a diseñar nuevas estrategias para crear nuevos y más modernos mecanismos financieros para hacer dinero más fácil y rápido, creando así una ilusión ficticia de liquidez en el mercado.
Durante mucho tiempo escuché opiniones de “expertos” que señalaban el peligro que se avecinaba con los mercados de derivados a largo plazo. Se habló mucho de la burbuja financiera en torno a las hipotecas en EEUU. Pero otros “expertos” desmentían esas teorías e invitaban a la gente a comprar y consumir más y más. El viejo truco de las pirámides financieras engañó a una cantidad absurda de inversionistas, y no siempre se trata de personas carentes de capacidad de análisis de los riesgos de una inversión, como quedó demostrado en el caso Madoff, porque la codicia no es clasista.
En un mundo que dejó atrás la Guerra Fría, que vio la caída del Muro de Berlín como una señal de encauzamiento ideológico global, que olvidó las antiguas divisiones entre Capitalismo y Socialismo, parecía absurdo pensar que algo podría salir mal.
El mundo se dedicó a producir, a crear riquezas, a buscar espacios políticos que permitieran una mejor distribución de esas riquezas, pero, sobre todo, la caída ideológica de la Unión Soviética y la unificación de Alemania, parecía un campo fértil para demostrar que el consumo es el motor del desarrollo económico de una nación. Puede que me equivoque, puede que no, pero lo cierto es que el mundo se ha dedicado a crear bienes de consumo y la estabilidad del sistema se ha dejado recaer sobre los hombros, o las tarjetas de crédito, de los consumidores.
La crisis económica mundial no ha pasado y quizá no ha tocado fondo. Se espera, casi en un estado de contemplación religiosa, que el aumento en el consumo de países como China, India y Corea, logren sostener la economía mundial hasta que EEUU y Europa logren recuperarse. América Latina, según los expertos, tendrá un papel preponderante en esta nueva etapa de la historia económica mundial, porque supuestamente va a crecer y ese crecimiento será traducido en mayores niveles de consumo… y empieza la rueda a girar otra vez.
Yo pienso que esta crisis puede ser una oportunidad de repensarnos como agentes económicos mundiales, qué consumimos, por qué lo consumimos, cuáles son las necesidades reales que tenemos como consumidores y cuáles son productos de los excelentes comerciales con los que nos bombardean diariamente. Hay demasiadas aristas en este problema, en donde la brecha social se abre cada día más, donde el planeta recibe millones de toneladas de basura emanada de los hogares que eligen botar la licuadora del año pasado porque hay una más moderna en oferta, donde usted posiblemente botó ese televisor que estaba en buen estado pero que no combinaba con los muebles nuevos… ¿Qué estamos haciendo como consumidores?
Yo amo la libertad, pero sé que hay mucha gente que no sabe qué hacer con ella y la canjea por una tarjeta de crédito. Hay muchos esclavos que, sin saberlo, se dedicaron a llevar esa parte fea del capitalismo en sus hombros y consumen como parte de su rutina de enajenación. Si hoy nos dicen que el problema es que no hay suficiente consumo, quizá sea bueno revisar ambos lados de la ecuación de equilibrio oferta=demanda. Sin embargo, para encontrarnos con un nuevo equilibrio económico, vamos a tener que repensar el tipo de sociedad que queremos o, por el contrario, tendremos que definir qué clase de economía deseamos para entonces encontrar un nuevo equilibrio social.
Adriana Pedroza