Sunday, July 11, 2010

Y sigo blasfemando...

El dinero no hace la felicidad, es cierto, pero no menos cierto es que cualquier función matemática que pretenda medir la felicidad, necesariamente debe incorporar el dinero entre las variables que expliquen el fenómeno.

Pese a repudiar a los españoles, para efectos de las apuestas, los puse como ganadores, con un marcador 1 a 0. Pero el resultado en cuestión tenía que darse en los 90 minutos, por las reglas concertadas entre los participantes. Dado lo anterior, Yo pensé: si gana Holanda, no gano el dinero, pero voy a recibir una oleada de felicidad, el fresco aroma de la venganza. Pero si gana España, me ganaré el dinero. Olvidé, por supuesto, que Dios tiene un sentido del humor más negro que el mío.

El famoso “Si Dios quiere” me volvió a dejar a mitad de camino: acerté el marcador final, pero no me sirve de nada, me quedo sin el botín y sin la alegría. Claro que no faltará algún fanático religioso que diga que las cosas pasan cuando Dios quiere y que Dios tiene un plan y que el plan de Dios es perfecto.

Apartando el hecho de que el fucking pulpo Paul es la versión moderna del Oráculo de Delfos, a mí me ha dado por pensar un poco más en esa idea de que el plan de Dios es perfecto, porque quienes lo afirman siempre cuentan historias como que perdieron el avión para ir a casa y resultó que ese avión fue el que chocó contra alguna de las Torres Gemelas o que iba a viajar a Haití justo el día del terremoto y no pudo hacerlo por lo que sea, pero –en síntesis- Dios lo salvó y tienen su prueba. Yo no, no tengo ninguna prueba, todo queda en especulaciones.

Obviamente, creo que Dios existe, pero a veces creo que es un poco… coño de madre, para decirlo de una manera suave. La máxima prueba de ello es Job –con quien creo que Dios se empeña en confundirme- quien fue sometido a tantas pruebas que terminó siendo un ejemplo de masoquismo o idiotez, no lo sé. Al final Dios lo premió, pero si Yo fuera Job me preguntaría ¿valió la pena?

Supongamos que Dios tiene un plan y que el susodicho plan es el mejor resultado posible, dada la combinación de una serie de variables aleatorias. Yo propondría que el plan en cuestión me sea presentado, con la función subyacente, para poder estimar mi curva de utilidad y decidir si participo o no en el juago, porque si conozco hasta cuándo y cuánto tengo que soportar la parte negativa del plan, puedo prepararme y decidir si el intercambio vale la pena. Realmente, eso de la felicidad eterna en el más allá, no me convence, a menos que se me presenten evidencias claras de la existencia de un más allá y de la fulana eternidad.

¡Levanto mi voz por un juego justo y transparente!
Adriana Pedroza

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