Thursday, May 19, 2011

Reflexiones de Semana Santa

Y entonces hablábamos del perdón y esas cosas que deben ser y nunca son en realidad.



Yo, la egoísta, decidí agendar tiempo para los demás, aunque esos demás no siempre tengan algo que me interese. No siempre son prójimo, pero por alguna razón que parece más casualidad que plan Divino, coincidimos en el mismo curtito de la vida.



Mi mamá me preguntó por qué lo hago. Siempre dije que primero Yo y luego vemos con los demás. Trato conscientemente de no joder a nadie, pero no suelo hacer grandes sacrificios emocionales por nadie. Entonces, un día recordé que tengo un amigo, de quien por cierto no me gusta hablar mucho, pero es el mejor. Dios es mi amigo, y resulta que Dios tiene unos amigos que a mí no me agradan del todo, algunos se me hacen inmamables y otros idiotas; la mayoría son personas a quienes nunca trataría de no ser por esa amistad que me une a alguien que aspira, creo Yo, que sus amigos se traten con consideración y respeto. Luego, aunque no los vea ni los sienta como mi prójimo, trato a esos amigos de Mi Amigo como si fueran mi prójimo.



Después vino el análisis del perdón. Qué demonios es el perdón y por qué rayos cuesta tanto? Yo no perdono, punto. Lo máximo que había logrado hace unos años era no aprovechar las oportunidades que se me presentaban para joderle la vida a quien osaba tratar de joderme la mía. Sin embargo, hace un par de años a la fecha decidí actuar “como si”. Aclaro, nunca, jamás, bajo ningún pretexto haría esto por algo diferente a demostrarme que soy superior moralmente. Preferiría pasar la eternidad en el limbo que perdonar porque se dice que así debe ser. No perdono, pero dado mi anhelo por lograr la perfección en todos los ámbitos posibles, decidí que Yo soy mejor que los que hablan de Dios; así decidí actuar como si hubiese perdonado.



Si alguien me ha herido, me ha molestado o me ha ofendido y, por cualquier razón, ese alguien necesita mi ayuda, Yo, en mi infinita misericordia le tiendo la mano; no porque se haya producido el perdón, pues en el fondo es factible que quiera que lo arrolle un camión, pero si actúo “como si”, termino por drenar ese sabor amargo de la boca que me provoca el rencor.



Yo no considero prójimo a cualquiera, Yo no amo a nadie como a mí misma, Yo no perdono; sin embargo, creo que lo importante no es cuánto nombres a Dios y cuántas veces repitas los mandamientos aprendidos; Yo creo que lo verdaderamente importante es la suma del bien efectivo que una persona logra a lo largo de su vida.



Yo no sé si Cristo murió en la cruz por mis pecados… al fin y al cabo mis pecados no son tantos, o sí? A mí no me importa si resucitó o no. Lo que sí me importa es la lección de vida que dejó ese personaje que se ha convertido en pivote de la vida de los que se dicen cristianos y que, incluso admirando su obra, nadie se atreve a hacer algo medianamente cercano.



Yo sé que jamás podría hacer algo parecido a la obra de Cristo o de la Madre Teresa de Calcuta, pero incluso en medio de mi egoísmo puedo hacer cosas importantes en una escala menor. No hay nadie lo suficientemente pobre en el mundo como para no tener algo que darle a la vida.



Adriana Pedroza

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