Yo soy fumadora, desde hace bastantes años. Yo voy a dejar de fumar cuando Yo quiera, simplemente cuando me de la gana, y todavía no me ha dado.
El nuevo arrebato del presidente, ahora contra el cigarrillo, me hizo pensar acerca de la forma y el fondo de lo que sale de la boca de semejante engendro. Y es que definitivamente, lo que Yo más odio de este tipo es que ha logrado ensuciar de su color las mejores intenciones.
Muchas de las cosas que él está proponiendo ya están pasando en otras latitudes. La responsabilidad social empresarial, que él la quiere imponer, es una realidad en muchas otras partes del mundo. En el mundo civilizado las empresas presentan un balance financiero, ambiental y social. Nadie les obliga a ser socialmente responsables, pero se han dado cuenta de las ventajas que otorga la solidaridad con los menos afortunados. A pesar de que las empresas pagan impuestos y que se supone que esos impuestos deberían emplearse para combatir la pobreza, entre otras cosas, las empresas en el mundo han optado por tomar parte en la lucha contra la pobreza y con muy buenos resultados. En Venezuela hay muchas empresas que son socialmente responsables desde mucho antes de las amenazas oficialistas y hay empresas venezolanas, como Polar o Bangente, que llevan años impulsando el desarrollo endógeno de las comunidades pobres. Mucho antes de que la frase desarrollo endógeno produjera sarpullido.
Es absolutamente plausible que se quiera estimular la participación de la empresa privada en el área social y no menos plausible es que se sensibilice a los ciudadanos en esta materia y se abran espacios para el voluntariado a nivel nacional. No obstante, cuando un gobierno pretende hacer de la buena voluntad una obligación, los resultados no serán los óptimos. Quizá logre un ejército de voluntarios que hagan su trabajo de mala gana y le transmitan a los beneficiarios todo el desprecio que se puede sentir por alguien a quien hay que ayudar a la fuerza. Yo, personalmente, defiendo mi derecho sagrado a ser indiferente ante la desgracia ajena; pero reconozco que cuando se está rodeado de personas e instituciones que de verdad participan voluntariamente en la lucha contra la pobreza, termino conmoviéndome y haciendo algo por el prójimo.
Algo similar ocurre con el cuento del cigarrillo. Varios ciudadanos europeos sufrieron horrores cuando se establecieron espacios limitados para fumadores. Un continente donde la gente estaba acostumbrada a fumar en cualquier parte, de la noche a la mañana tenían que reducir el vicio a unos pocos espacios. ¿Sufrieron los europeos? ¡Por supuesto! No obstante, estoy segura que muchos más disfrutaron la medida. Aunque muchas veces he bromeado con el tema diciendo que los fumadores pagamos altos impuestos a los cigarrillos para compensar la externalidad negativa que creamos y que con esos impuestos se mantienen los hospitales oncológicos donde las personas se controlan el cáncer... la verdad es que no hay precio que compense la externalidad. Como fumadora, me molesta caminar por una calle y tener a un idiota fumando adelante y terminar tragándome ese humo. Soy fumadora y me molesta lo indecible ver a alguien fumando al lado de un niño, un anciano o una mujer embarazada. Ni hablar de los indecentes que fuman en ascensores. Todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos querido golpear a un fumador.
Pero cuando viene alguien y dice que va a cerrar las empresas de cigarrillos y amenaza el sagrado vicio de un fumador... ya la cosa cambia. Porque no se trata de una preocupación honesta por la salud de las personas, sino se sabe es una de las tantas formas de demostrar que él hace lo que le da la gana y arremete contra quien quiere. Es terrorismo, punto. Esa es su manera de hacerle saber a todos los habitantes de esta tierra que cualquiera puede ser el próximo en el paredón. Lo molesto es que agarre elementos positivos y los convierta en monstruos a su servicio. Ya he escuchado a mucha gente decir que los fumadores tienen derecho de fumar donde les de la gana, cosa que dista mucho de ser cierta. Pero hay gente tan molesta, y tan reactiva, que siente que todo lo que hace el sujeto en cuestión es malo, aunque sean acciones que estén alineadas con lo que se hace en el resto del mundo.
El venezolano se ha vuelto más reactivo de lo que ya era y eso está mermando la capacidad de análisis que se necesita en estos momentos para hacer de la crisis un espacio aprovechable. Eso es lo que se necesita ahora, gente capaz de pensar de qué forma se le saca ventaja a la crisis. Así como ellos, los tipos feos de la izquierda, comenzaron a sembrar su semilla revolucionaria décadas atrás, es hora de empezar a sembrar nuevas semillas ideológicas en el país. La buena noticia es que hay gente haciéndolo.
Espero que el arrebato contra el cigarrillo no pase de eso, porque no quisiera terminar metida en un barrio caraqueño arriesgando mi vida para comprar cigarrillos ilegales a precios exorbitantes, porque lo prohibido termina convirtiéndose en un negocio muy lucrativo para pequeños grupos. ¿A quién beneficiará la medida?
Adriana Pedroza
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