Wednesday, June 13, 2007

El Principio (Primera parte)

(No apto para moralistas ni optimistas)

Todo comenzó el día que morí. Tenía entonces veintisiete años y era profundamente infeliz, pero no lo sabía.

Creía en todo sin creer, sólo porque creía que era bueno creer en algo. Creía en Dios sin creer, porque en verdad sólo era un fantasma en eso que Yo creía vida, así como todos los demás, incluso como ese yo que –en aquella época- era con minúscula y apenas si existía.

Estaba desempleada, sin dinero, sin los recursos necesarios para inscribirme en el último año de la universidad y, para darle el toque final al cuadro, el hombre con quien se suponía me iba a casar, me dejó.

¡Recuerdo haber ido a tantas entrevistas de trabajo! Pero no tenía éxito. Al contrario, de cada una salía más y más desdichada. Incluso solicité empleo como vendedora y como recepcionista, y las respuestas fueron aún más desmoralizantes “estamos buscando a alguien más joven”.

Aquel hombre en quien puse todas mis ilusiones decidió que me quería, pero no me amaba. Ergo, se acabó la relación, no por mí, sino por él. La verdad es que poco me importaba si me amaba o no, me hubiese conformado con algo de cariño, con su apoyo. Quería ser rescatada, pero el príncipe llegó a la torre del castillo y decidió dejarme allí a mi propia suerte.

Un día morí. No sé cuándo. Fue lentamente.

Descendí a mi propio infierno y vi, por primera vez, que quien había halado del gatillo no era otro sino Yo… esta vez con mayúscula.

Rogué ayuda a Dios y Él me mandó de vuelta al infierno, y así, luego de conocerlo, me senté a la diestra de Dios Padre… al menos eso creo.

Recorrí los círculos de mi propio hades, no guiada por Virgilio, sino por Nietzsche.

Me vi diciendo sí. Me vi aguantando todo el peso de agradar a los demás como un camello. Me vi tratando de ganarme el aprecio de todo el mundo, tratando de complacer a todo el mundo. Actuando de la forma en que los demás esperaban que actuara. Diciendo y haciendo lo que se suponía iba a agradar a los demás. El resultado siempre fue la más absoluta y patética soledad. Mentí. Mil veces mentí para adecuar mi realidad a la realidad de mi entorno. Me vi tratando de ser como los más populares para ser aceptada. Vi las costuras de ese traje maltrecho que quería venderle al mundo para que me quisieran. Nunca me compraron.

Después de eso resucité. El camello había muerto y estaba por nacer el León.

Comencé a conocerme a mí misma… y no me gustó, me dio miedo.

Resultó ser que “Yo misma” tenía ideas raras, poco convencionales, poco aceptadas socialmente. Ese nuevo Yo, o mejor dicho, ese Yo que no conocía o que al menos negaba como parte de mí, no era precisamente un ser dulce y amigable. Ese Yo era cínico, un poco amargado, demasiado analítico, demasiado racional, un poco cruel, irónico… hijo de puta, para resumir. No puedo negarlo, me parecía divertido, pero impresentable. Pero era Yo y no podía negarme a mí misma, no más, no de nuevo.

Conocí a otro Yo. Era un Yo lujurioso, cargado de una libido que parecía insaciable. Inmoral, sin barreras, sin prejuicios. Tampoco me gustaba, también le temía. Y, sin embargo, acepté que ese también era mi Yo.

Había una tercera persona en mí, más agradable, más sublime. Era como una niña, alegre, juguetona, un poco llorona y malcriada, quizá demasiado soñadora, quizá demasiado necesitada. Pero a diferencia de la muerta, esta niña no se disfraza para agradar a los demás, quiere que la amen por lo que es y quiere que la amen de forma integral. Ella llamó a los otros Yo sus hermanas y si alguien ha de amarla, tendrá que amar a las otras dos.

Al principio se llamaron La Razón, La Ninfómana y La Bebé. Y la Razón comenzó a controlar todo, a destruir el pasado, a implantar su reinado.

2 comments:

Álvaro Pérez-Kattar said...

Adriana, eres genial...

Anonymous said...

La negación, muchas veces no nos gusta eso que somos, nos cuesta aceptarlo, nos parece hasta asocial ese o esos verdaderos Yo, viviendo para que nos acepten los demás.

La aceptación, no se si es lo mejor pero por lo menos somos fieles a nosotros mismos y nos damos cuenta de que ese Yo, ese que duramos años disfrazando, tiene sus cosas interesantes.

Me gusta mucho lo que escribes, te sales del molde.