En mis treinta y cuatro años he escuchado innumerables veces, a innumerables personas, hablar de la igualdad de género, de la lucha por mejorar las condiciones de las mujeres, de la opresión femenina y muchas otras cosas por el estilo. Adicionalmente, escucho con frecuencia que las mujeres son mejores que los hombres, que pueden hacer varias cosas a la vez, que son mejores amigas, que son más solidarias, compasivas, mejores administradoras, etc.
Yo, personalmente, estoy bastante aburrida de escuchar lo especial que es la mujer. Y si efectivamente es tan especial, me pregunto, ¿por qué entonces están tan jodidas? Pues resulta que todos los informes internacionales que tratan del tema señalan que la mujer está, en términos generales, más empobrecida que el hombre en América Latina. La mujer latinoamericana sufre de abandono, pobreza, menores salarios, desnutrición, peores condiciones carcelarias, etc. Y, sin embargo, las mujeres latinoamericanas se creen la tapa del frasco.
No son pocos los logros de las féminas en la Región y, a pesar de ello, las mujeres continúan siendo el eslabón más débil de la cadena. Se sigue luchando por una igualdad que no existe ni existirá jamás, porque las mujeres y los hombres son diferentes por naturaleza. Esto no implica que deban tener menores oportunidades de desarrollo personal, profesional y económico, pero el simple hecho, la simple posibilidad de que una mujer se convierta algún día en madre, la hace diferente en el mercado laboral y en la vida en general.
El que una empresa deba cancelarle el sueldo a una mujer que se encuentra en reposo pre y postnatal y deba contratar a otra persona para que haga el trabajo de la nueva madre mientras ésta se encuentra de reposo, introduce una diferencia sustancial en la preferencia del empleador al momento de considerar a un hombre y a una mujer, con credenciales similares, para un cargo dentro de la empresa. Se sabe que es mucho más probable que sea la mujer quien se ausente del trabajo cuando el niño se enferme o cuando llamen a los padres del colegio. Y eso es sólo una pequeña muestra de la cantidad de desigualdades que conlleva la posible maternidad, porque los empleadores saben que -aunque aún no tenga hijos- contratar a una mujer podría resultar más oneroso que contratar a un hombre. Aun así, hay quienes prefieren correr con esos costos y apostar a las mujeres, porque parece ser que la mujer es más responsable, más trabajadora y más confiable que el hombre.
Por desgracia, en América Latina, ser madre abnegada es un don divino. La madre sacrificada que hace todo por los hijos es la imagen constante de los hogares latinoamericanos que, sumada a la ausencia del padre, convierte a la mujer en un ser superdotado que es capaz de llevar el hogar sola, ser estudiante, trabajadora y aun procurar ser lo suficientemente atractiva para los hombres, porque los niños necesitan figura paterna y ¡Dios la libre de la soltería!
Con estos elementos salen las mujeres orgullosas a decir que son superiores a los hombres, porque ellos no podrían hacer ni la mitad de todo lo que ellas hacen. Por supuesto, recordarle a las mujeres que esa superioridad dejó de ser un don y se convirtió en una necesidad autoimpuesta por la cantidad de errores acumulados, es una provocación frontal y amerita la calificación de misógina. No obstante, a pesar de las luchas de las mujeres en Latinoamérica, nada se ha hecho para hacer de la paternidad una obligación ineludible. En la Región, los hombres donan el espermatozoide, se desaparecen del mapa y no existe -o no se aplica- ninguna ley que obligue al macho a ser responsable del acto sexual. El abandono es una constante en los hogares latinoamericanos. El hijo, y esta es una frase tristemente común entre las mujeres, es de la madre. Lo más patético del caso es que lo dicen con un orgullo que provoca arcadas.
Si la mujer es tan superior como proclaman algunos ¿por qué los hombres no sirven para nada? Esa es otra frase común entre las féminas, olvidando que es la mujer la que cría a esos varones que de adultos no sirven para nada. Si el hombre es un inútil, cabe preguntarse ¿quién formó a ese inútil? ¿quién ha reforzado la conducta de ese inútil a lo largo de los años? ¿quién ha reforzado la conducta de esas madres que durante décadas han criado inútiles?
En Noruega, cuando una pareja trae un hijo al mundo, ambos padres reciben el beneficio de la paternidad. Durante ocho meses o un año, la pareja recibe un 80% de su salario mientras comparten la tarea de ser padres. En muchos países civilizados, los hombres están obligados por ley a responder por el producto de su esperma y no hay manera de zafarse de la responsabilidad, pues de ser necesario le embargan el sueldo. En América Latina la mujer es la que lleva sola el costo de la maternidad y, aunque existan leyes que obliguen al hombre a responsabilizarse del hijo, muchas veces la madre no demanda por orgullo o por lástima con el pobre hombre... así mismo, les da lástima con el tipo que las abandonó con un hijo porque hace meses que no encuentra trabajo. ¡Que solidarias son las mujeres!
Por mucho que se luche por la igualdad de géneros, mientras no se obligue al hombre a ser responsable de sus espermatozoides, la mujer latinoamericana seguirá estando obligada a cargar sola con el costo general de la maternidad y esto seguirá siendo un factor determinante en la desigualdad de oportunidades de desarrollo para las mujeres. No obstante, no se le puede dejar a la mujer la libertad de decidir cuándo exigir al padre de la criatura que cumpla con su obligación, pues la latinoamericana ha demostrado que por muy supermujer que se crea, las emociones le pesan demasiado a la hora de tomar decisiones en pro de su bienestar futuro y el de sus hijos. Esas superdotadas hembras que abundan en la Región y que son capaces de hacer de todo solas, tienen que dejar de lado el complejo de superioridad femenina y deslastrarse de un montón de obligaciones que tienen que ser compartidas.
Si la madre es insustituible, el padre también.
Adriana Pedroza
No comments:
Post a Comment