Para mí, como pensadora, como escritora, pero sobre todo como ser humano, la libertad de expresión es uno de los logros más importantes que ha conquistado el hombre a lo largo de la historia. Tener una idea o una opinión y poder expresarla sin límites a través de la palabra escrita, oral, de la música, de la pintura o de la danza, es sencillamente extraordinario. La libertad de expresión le otorga al hombre la oportunidad de ser creador, de hallar su camino óptimo para decir lo que quiera decir, bien sea en un poema o en una fotografía, en una sinfonía o en una escultura.
Los seres humanos, a través de la historia, se han ideado mecanismos para hacer frente a la censura. Los primeros cristianos escribieron en código para no ser castigados por el Imperio Romano; los rusos post-revolución criticaron el status quo a través de la música. Pintores, filósofos, teólogos y un sinfín de personas pensantes le hicieron saber al mundo su percepción de la realidad a través de innumerables vías y, gracias a ellos, conocemos parte de la verdad de los que entonces estaban silenciados.
Lamentablemente hoy no se sabe mucho de la lucha de la humanidad para conquistar tan preciado derecho, y no porque no exista información, sino porque a la gente no le importa el camino recorrido, simplemente disfrutan de las conquistas pasadas como si todo estuviera dado.
En mis más de dos semanas de incapacidad vi más televisión de la que acostumbro y pude ver casi con horror a lo que se ha llevado la libertad de expresión, lo cual me ha llevado a preguntarme ¿qué es lo que el hombre moderno desea expresar hoy?
En la televisión actual se transmiten programas donde los protagonistas realizan cualquier clase de hazaña estúpida, con el único fin de salir lesionados. Hay otros programas donde jóvenes que han resultado seriamente lastimados, e incluso deformes, muestran sus “heridas de guerra” de la manera más grotesca que se pueda imaginar. Los Reality son la nueva manera de encontrar pareja en la era moderna y muestran a hombres y mujeres actuando de la manera más absurda posible para conquistar el corazón del protagonista. Incluso en MTV, un canal cuyo target son jóvenes en formación, existe uno de estos programas en donde la protagonista es bisexual y participan hombres y mujeres. Las escenas son dignas de una porno suave, no aptas para público menor de edad. Sin embargo, durante el día se transmiten escenas con avances del programa en cuestión.
Sorprendentemente en muchas series de Tv que vi existe una pareja de lesbianas. Habiendo explotado hasta el hastío la homosexualidad masculina, ahora le toca el turno a la homosexualidad femenina y parece que los medios están empeñados en mostrar que ser lesbiana es chévere. No pude menos que horrorizarme al ver un programa donde se recorre el mundo para mostrar gente desnuda, mujeres que se levantan la blusa y enseñan los senos apenas ven la cámara, mujeres que se besan entre ellas sólo porque es un programa de televisión. Y aclaro, no tengo nada en contra del desnudo, no tengo nada en contra de la pornografía, pero creo que hay espacios y edades para todo. No me imagino qué pensará una chica de quince años que ve a dos mujeres en una fiesta levantándose la franela y besándose entre ellas; quizá le parezca obsceno, quizá en la próxima fiesta esta chica y bese a sus amigas para parecer que está en onda.
Yo no estoy a favor de la censura. Yo creo que la gente debe poder decidir qué consume, qué ve, qué escucha y cómo vive. Sin embargo, si se me pidiera votar a favor o en contra de censurar este tipo de programas, tendría que tomar tiempo para pensarlo.
Por una parte están los niños y jóvenes que, impulsados por la curiosidad natural, pueden verse tentados a ver esa realidad nueva que ellos desconocen. Son seres humanos cuyos valores morales están en formación, personas en quienes el sentido de lo “normal” está en formación y pueden llegar a pensar que humillarse para conquistar a un hombre es normal, o que ser bisexual está bien o que partirse la cabeza haciendo una pirueta en patineta es divertido.
No obstante, el tema real –a mi parecer- es entender qué se está tratando de expresar con estas imágenes. ¿Es un acto de rebeldía contra el status quo? ¿Es pura y simple idiotez? ¿O será que en el empeño de algunos por sobreponer los sentidos a la razón se está llevando al límite el despertar de la sensualidad?
Durante décadas se ha forzado al ser humano a respetar una serie de códigos morales que resultaron ser demasiado opresivos para la salud mental. La religión, el Estado, la familia y todas las instituciones a lo largo de la historia han condenado a la mujer a ser esposa y madre, en ese orden. La mujer logró liberarse de muchas ataduras y, pese al costo social implícito, empezó a ocupar plazas de trabajo que antaño estaban reservadas para el sexo masculino. La mujer se liberó del corsé, de la falda, de la cocina, y se puso los pantalones para caminar hacia su independencia. La revolución femenina tuvo algunos logros y unos cuantos desaciertos, pero sin lugar a dudas la mujer no volvió a ser la misma después de que se legalizara la píldora anticonceptiva, después de que se ganó su dinero, después de que se dijo que aun estando casada no estaba obligada a tener sexo si no quería. Hubo muchos avances en el papel y en la realidad, pero algo faltó. Y definitivamente todavía falta algo porque, de no ser así, cómo se explica que existan tantas mujeres que, por una parte, parezca empeñada en ser un objeto sexual y, por la otra, se culpe a la mujer de los fracasos de la sociedad. Porque se sigue diciendo que “esas cosas pasan porque ya no hay una madre en casa que eduque a los hijos”, ese es un lugar común.
El empleo excesivo del desnudo en la comunicación visual, la vulgarización del sexo en los medios, la cosificación del amor en los programas de televisión, el uso de imágenes de accidentes y lesiones de forma grotesca y sin mensaje, son mensajes que la sociedad está transmitiendo a modo de un grito de auxilio. Y esos mensajes retroalimentan las carencias emocionales de la sociedad futura, quedan almacenados en el subconsciente social, en las preferencias de placer, en la selección de medios para demostrar amor o coraje. Los medios de comunicación, en uso o abuso de la libertad de expresión, crean los valores sociales, unos positivos y otros evidentemente destructivos.
Cabe entonces preguntarse ¿qué vamos a hacer para contrarrestar los mensajes nocivos que llegan a la gente a través de los medios de comunicación? Pero, sobre todo, ¿qué vamos a hacer para sanar esa herida social que está supurando en esos mensajes?
Hace años se eliminó de los pensum de estudios las materias relacionadas con valores. Ya no se ve religión en las escuelas, porque hay que respetar el derecho de las religiones minoritarias. Ya no dictan clases de educación cívica, ya no se ve ética; ni siquiera los maestros pueden increpar a los estudiantes por temor a ser demandados. No existe autoridad Divina o terrenal capaz de ponerle freno a la libre expresión de los jóvenes, porque confundimos el respeto de los derechos de los niños y adolescentes con supresión de cualquier autoridad. Quizá era necesario hacer el experimento, pero nunca es tarde para recapacitar y aprender de los errores. Los límites existen porque son necesarios. Y aún cuando no se pueda establecer una línea histórica de la selección de los valores morales de la humanidad, a lo largo de la historia del mundo occidental, han sobrevivido las normas éticas que benefician a las sociedades en el corto y largo plazo.
La educación, formal o informal, es la única vía plausible para hacer frente a la angustia latente de la modernidad. El hombre moderno, a pesar de todos los juguetes que tiene a la mano para distraerse de su hastío, está insatisfecho, molesto, amargado, solo y triste. A través de los mensajes subyacentes que se pueden leer en estos programas, se ve un ser humano desesperado por atención, compañía y amor. Al contrario de lo que algunos piensan, Yo no veo en la sociedad moderna algo parecido a una dictadura de la razón, lo que veo es un libertinaje de las expresiones de sensualidad que no encuentran correspondencia en todo el sistema de funcionamiento humano. El hombre es razón y sentidos, ninguno de los dos puede ser abandonado para la satisfacción del otro.
El reto de hoy y de mañana es educar al ser humano para aceptarse como un ser integral, enseñarle a fusionar la razón y los sentidos, enseñarlo a ser libre para pensar, libre para expresarse, libre para elegir, libre para amarse y amar. De lo contrario, veremos sociedades de siervos libres, personas que creen elegir sin darse cuenta de cuán mediatizada está su elección. Educación, por muy lugar común que suene, es la vía y es el reto de los que queremos un mundo realmente libre.
Adriana Pedroza
Monday, November 10, 2008
Friday, September 26, 2008
Segunda semana premenstrual sin ti.
Lo curioso de tu ausencia es que ahora te reconozco en sonidos, lugares, olores y sabores que nunca viví contigo. Por ejemplo, este vino francés. Nunca bebimos este vino francés, pero de repente me supo a ti... así como este adagio de Schostakovich, nunca lo escuchamos juntos, pero casi puedo sentir tu respiración en mi nuca, tus manos alrededor de mi cintura... y hasta el característico "¿lo hacemos?" Es curioso, siempre preguntabas, siempre pedías permiso aun sabiendo que nunca te iba a decir No.
Alex se fue esta tarde. Perdió no sé cuántos vuelos, pero fue productiva su visita... te perdonó, es lo más importante. Te confieso que quería hacerlo con él, no sé si para sacarme ese clavo o para sentirme menos sola o porque estoy en la segunda semana premenstrual sin ti, pero me preparé para hacerlo con él... pero no pude, en realidad ni siquiera sentí deseos de tener algo con él, después de tantos años. No hicimos más que hablar de ti, de analizar lo que nos pasaba, de decidir qué pasaría con nosotros depués de que decidiste irte... incluso discernimos acerca de tu paradero ¿será el cielo, será el infierno?
El asunto real por el cual te escribo, aparte de checar si en el infierno usan facebook, es porque Alex me preguntó ¿cómo nos enamoramos nosotros? Y se refería no a ti y a mí, sino a la gente como nosotros, como tú, como él, como Yo, como nuestros semejantes. Obviamente, no hay muchas muestras, pero le pude contar lo que sentí cuando me enamoré de ti... y te confieso que casi lloro, de no ser por el chiste típico de último minuto para evitar el llanto, creo que hubiese llorado.
Porque nuestro amor, le contaba, no era como el amor de todos los días, no era un amor forzado, no era un amor de poses y fotos bonitas. No existe una sola foto nuestra, nunca sonreimos frente a una cámara... pero tu sonrisa cuando llegabas al Salón de la Justicia era el mejor regalos de cualquier día. Era como un amor de niños de cuatro años, aprendiendo a compartir, aprendiendo a decir sí y no. Nunca sentí mariposas en el estómago contigo, jamás. Ni siquiera aquel día que iba a verte por segunda vez, porque llegar a verte era como llegar al lugar más plácido del planeta, era como quitarse los zapatos de tacón alto, como quitarse el brassier después de todo un día acalorado... era la dicha personificada en ti. Nunca sentí ese sentimiento displaciente que precede al placer, siempre fluyó, siempre.Recuerdo la tercera vez que nos vimos, que fuiste al Salón de la Justicia y bebimos vino y escuchamos a Beethoven hasta tarde. Cuando entré al baño a quitarme el maquillaje, tú estabas sentado en el inodoro y seguíamos charlando como si eso fuera lo normal en una tercera cita... pero ¿qué era normal entre nosotros?
Nunca hubo nada parecido a lo normal, porque lo nuestro fluyó como un río que corre al mar, como el sol que se posa en las flores, como lo que no se puede tener en una relación normal.Es ridículo, pero cuando te pusiste estadísticamente normal se jodió todo. Sí, te culpo. Auqnue quizá te agradezco la estupidez de la normalidad, porque quizá en este momento sería como mi tía, que quedó viuda recientemente. Quizá ahora estaría sufriendo tu ausencia más de lo que la siento. Incluso, tal vez lloraría.
Le decía a Alex que quiero amar otra vez, que quiero un amor correspondido, un amor sin dramas, y él me preguntó que cuántas veces pienso que se puede amar tan cómodamente. Y sí, quiero un amor cómodo, un amor tarjeta del día de los enamorados, un amor comercial de TV, un amor sin peros, sin tristezas, sin melancolías, sin esperas... Así fue el nuestro ¿será mucho pedir un replay?Hay quienes cuentas las ausencias en días, en meses, años o lunas. Yo creo que tu ausencia sólo puedo contarla en semanas premenstruales, porque es la época del mes en que todos mis sentidos se vuelven locos, en que necesito más, cuando quiero todo y lo quiero ya. Y tú fuiste eso, tú fuiste todo y lo fuiste en presente.
Alex se fue esta tarde. Perdió no sé cuántos vuelos, pero fue productiva su visita... te perdonó, es lo más importante. Te confieso que quería hacerlo con él, no sé si para sacarme ese clavo o para sentirme menos sola o porque estoy en la segunda semana premenstrual sin ti, pero me preparé para hacerlo con él... pero no pude, en realidad ni siquiera sentí deseos de tener algo con él, después de tantos años. No hicimos más que hablar de ti, de analizar lo que nos pasaba, de decidir qué pasaría con nosotros depués de que decidiste irte... incluso discernimos acerca de tu paradero ¿será el cielo, será el infierno?
El asunto real por el cual te escribo, aparte de checar si en el infierno usan facebook, es porque Alex me preguntó ¿cómo nos enamoramos nosotros? Y se refería no a ti y a mí, sino a la gente como nosotros, como tú, como él, como Yo, como nuestros semejantes. Obviamente, no hay muchas muestras, pero le pude contar lo que sentí cuando me enamoré de ti... y te confieso que casi lloro, de no ser por el chiste típico de último minuto para evitar el llanto, creo que hubiese llorado.
Porque nuestro amor, le contaba, no era como el amor de todos los días, no era un amor forzado, no era un amor de poses y fotos bonitas. No existe una sola foto nuestra, nunca sonreimos frente a una cámara... pero tu sonrisa cuando llegabas al Salón de la Justicia era el mejor regalos de cualquier día. Era como un amor de niños de cuatro años, aprendiendo a compartir, aprendiendo a decir sí y no. Nunca sentí mariposas en el estómago contigo, jamás. Ni siquiera aquel día que iba a verte por segunda vez, porque llegar a verte era como llegar al lugar más plácido del planeta, era como quitarse los zapatos de tacón alto, como quitarse el brassier después de todo un día acalorado... era la dicha personificada en ti. Nunca sentí ese sentimiento displaciente que precede al placer, siempre fluyó, siempre.Recuerdo la tercera vez que nos vimos, que fuiste al Salón de la Justicia y bebimos vino y escuchamos a Beethoven hasta tarde. Cuando entré al baño a quitarme el maquillaje, tú estabas sentado en el inodoro y seguíamos charlando como si eso fuera lo normal en una tercera cita... pero ¿qué era normal entre nosotros?
Nunca hubo nada parecido a lo normal, porque lo nuestro fluyó como un río que corre al mar, como el sol que se posa en las flores, como lo que no se puede tener en una relación normal.Es ridículo, pero cuando te pusiste estadísticamente normal se jodió todo. Sí, te culpo. Auqnue quizá te agradezco la estupidez de la normalidad, porque quizá en este momento sería como mi tía, que quedó viuda recientemente. Quizá ahora estaría sufriendo tu ausencia más de lo que la siento. Incluso, tal vez lloraría.
Le decía a Alex que quiero amar otra vez, que quiero un amor correspondido, un amor sin dramas, y él me preguntó que cuántas veces pienso que se puede amar tan cómodamente. Y sí, quiero un amor cómodo, un amor tarjeta del día de los enamorados, un amor comercial de TV, un amor sin peros, sin tristezas, sin melancolías, sin esperas... Así fue el nuestro ¿será mucho pedir un replay?Hay quienes cuentas las ausencias en días, en meses, años o lunas. Yo creo que tu ausencia sólo puedo contarla en semanas premenstruales, porque es la época del mes en que todos mis sentidos se vuelven locos, en que necesito más, cuando quiero todo y lo quiero ya. Y tú fuiste eso, tú fuiste todo y lo fuiste en presente.
Monday, August 04, 2008
Hombres mentirosos
Una lectora me escribió para pedirme que escribiera alguna historia sobre los hombres mentirosos que, citando sus palabras, son como los violadores, capaces de destruirle la vida a cualquier mujer.
Después de cinco segundos me pregunté si las mujeres engañadas, o en general las personas engañadas, no buscan liarse con su victimario, si no emiten señales que son percibidas por los engañadores para justificar su drama.
Aunque es un fenómeno general, que atañe tanto a hombres como mujeres, voy a escribir este artículo en función de las mujeres, que fueron quienes me lo pidieron. Dado que el email me llegó en término de “nosotras”, asumo que hay más de una chica engañada, en algún grupo de apoyo de víctimas de hombres mentirosos.
La persona engañada suele decir que no sabía que la estaban engañando. Pero, vamos a ver, más o menos, cómo actúa el perro en cuestión antes de joderle la vida a una pobre mujer.
El perro llega a un lugar y observa el ecosistema social, a todos los agentes interactuando entre sí o esperando a ser abordados por alguien para iniciar la interacción, o solitarios que emiten señales tipo “si te acercas te muerdo la yugular”. El mentiroso sabe a quién acercársele. Como todo perro, llega oliendo traseros, en sentido figurado… después se volverá literal, cuando encuentre a su presa fácil.
Las mujeres engañadas no tienen un perfil específico. Puede ser la chica que aparenta ser tímida o la ejecutiva sobradota que vive diciendo que se está comiendo el mundo. Un simple gesto, un cambio en el ritmo de la respiración, una mirada, cualquier mínima señal, es captada por el depredador y sabrá si esa es su presa. Algunos prefieren las presas pequeñas, las más obvias. Los expertos se irán por el reto de la hembra dominante que no sabe que se muere por ser dominada.
Lo que todas tienen en común es que, consciente o inconscientemente, desean ser rescatadas. La pregunta es ¿rescatadas de qué? La respuesta varía según el perfil de la víctima, pero en términos generales podrían encontrarse dos elementos básicos: soledad y aburrimiento. La soledad es más aceptado, pero poca gente habla del sentimiento de hastío, del aburrimiento interno que invade al hombre moderno. Por supuesto, qué clase de freak se puede aburrir con tantas cosas cool que hay hoy día. Es socialmente matador hablar de aburrimiento, si hablas de eso te llevan a un bar a levantar tipos, a un spa, a la peluquería o a que te lances en paracaídas. Los demás siempre tienen una solución al aburrimiento, lo que no saben es que viven aburridos de sus vidas y por eso necesitan tantos parapetos para sentir que se están divirtiendo.
Pero llega ese hombre y, sin juzgar, escucha a la mujer en cuestión, sola y/o aburrida. ¿Saben qué he notado en estos años que llevo escribiendo y entrevistando gente para conseguir material? ¡A la gente le encanta hablar! Todo el mundo quiere echar sus cuentos, dar sus opiniones, hacer preguntas en voz alta, pero sin ser juzgados. Cuando se encuentra al interlocutor apropiado, todo el mundo se suelta como un niño de cinco años. El mentiroso, por lo menos el patológico, suele ser un buen interlocutor, sabe escuchar y sabe leer entre líneas las necesidades afectivas y emocionales de su presa. Se va a mostrar interesado en ella, va a decir justo lo que ella espera escuchar, porque ella –sin notarlo- le dio las pistas para ser complaciente o retador, y así va a ser él.
Después de escucharla, comprenderla, aceptarla tal y como es, la consiente, alaba sus virtudes, menosprecia sus defectos, la hace sentir “la mujer más especial del mundo”. Al cabo del tiempo, se la coge, le monta un muchacho y se pierde del mapa o empieza a tratarla mal. Así de cruda y fea es la historia de estas pobres mujeres, quienes después de la experiencia se enconchan como tortugas temerosas del mundo exterior y ¡Adivinen! Por alguna razón terminan repitiendo el ciclo con otro mentiroso, previa la frase “él es diferente, él no es un coñuemadre como los demás”. Claro está que algunas aprenden, pero extrañamente las recaídas son más comunes de lo que quisiéramos admitir.
La realidad es que las personas engañadas suelen crearse expectativas muy elevadas de su victimario, porque ven satisfechas ciertas –y muy importantes- necesidades emocionales y afectivas. Todo ser humano necesita ser aceptado, reconocido, valorado, amado. El meollo del asunto es que las víctimas de mentirosos no se aceptan a sí mismas, no se reconocen, no se valoran, no se aman, y están esperando que otro haga lo que ellas son incapaces de hacer. Claro está que si usted, que está leyendo esto, ha sido engañado un par de veces por algún (o alguna) coño de madre, dirá que eso es mentira, que usted sí se ama, se valora, se acepta, etc., que –como siempre- Yo estoy generalizando. Lo único que le puedo decir a mis queridos lectores y lectoras que piensen eso es “ese es su problema”.
A los que quieran aceptar que quizá han fallado un poco consigo mismo, pueden seguir leyendo.
Seamos honestos, vivimos en una sociedad donde se nos pide más rápido que conozcamos al jefe, al cliente, al prospecto de pareja, al entorno económicos que a nosotros mismos. Como siempre lo he dicho y seguiré insistiendo, socialmente es una pérdida de tiempo conocerse a sí mismo. La cuestión es que después de que conoces a todo el mundo y puedes satisfacer las necesidades del entorno ¿qué pasa con la persona? Ese yo es un completo desconocido, además, nunca te ha importado mucho. No es de extrañar que cuando llega alguien que le presta atención a ese yo, alguien que está interesado en conocerte, seas presa fácil de un manipulador.
¿Hasta qué punto uno puede satisfacer sus propias necesidades afectivas? Veamos. Uno puede conocerse a sí mismo, por lo menos intentarlo, el cerebro apreciará el intento y le enviará al resto del cuerpo el mensaje. Uno puede aceptarse tal y como es, uno puede invertir energía en cambiar lo que realmente a UNO no le guste de sí mismo, no lo que piensa que a los demás puede no gustarle. Uno se puede valorar, uno se puede respetar, uno puede estar orgulloso de uno mismo, uno se puede consentir a sí mismo. Cuando se hace eso, cuando uno se dedica a amarse a sí mismo, es mucho más fácil analizar la interacción con el resto del ecosistema social. Seguirán existiendo los depredadores, pero será menos probable que seas una presa apetecible para ellos.
Vivimos en una sociedad adicta al drama, a las cosquillas en la panza, a los amores de tarjetas hallmark. Después, cuando viene el sufrimiento, se justifica con aquello de que el amor que no sufre no es amor. Y cuidado con decirle a una persona que sufrir y amar no van de la mano, porque te dicen que tú no te has enamorado.
No hay peor mentirosos que el que se miente a sí mismo. Cuando las mujeres engañadas decidan rescatarse a sí mismas de la torre más alta del castillo en que se metieron por voluntad propia, cuando acepten que la soledad y el hastío son parte de la vida, pero no son la vida, y que los momentos de felicidad son sólo momentos y tampoco son la vida, que la emoción y el drama son parte de la vida, pero no son la vida… en fin, cuando decidan asumir que son responsables de sus fracasos tanto como de sus éxitos, entonces dejarán de ser mujeres engañadas y tal vez dejen de existir hombres que engañen.
Adriana Pedroza
Después de cinco segundos me pregunté si las mujeres engañadas, o en general las personas engañadas, no buscan liarse con su victimario, si no emiten señales que son percibidas por los engañadores para justificar su drama.
Aunque es un fenómeno general, que atañe tanto a hombres como mujeres, voy a escribir este artículo en función de las mujeres, que fueron quienes me lo pidieron. Dado que el email me llegó en término de “nosotras”, asumo que hay más de una chica engañada, en algún grupo de apoyo de víctimas de hombres mentirosos.
La persona engañada suele decir que no sabía que la estaban engañando. Pero, vamos a ver, más o menos, cómo actúa el perro en cuestión antes de joderle la vida a una pobre mujer.
El perro llega a un lugar y observa el ecosistema social, a todos los agentes interactuando entre sí o esperando a ser abordados por alguien para iniciar la interacción, o solitarios que emiten señales tipo “si te acercas te muerdo la yugular”. El mentiroso sabe a quién acercársele. Como todo perro, llega oliendo traseros, en sentido figurado… después se volverá literal, cuando encuentre a su presa fácil.
Las mujeres engañadas no tienen un perfil específico. Puede ser la chica que aparenta ser tímida o la ejecutiva sobradota que vive diciendo que se está comiendo el mundo. Un simple gesto, un cambio en el ritmo de la respiración, una mirada, cualquier mínima señal, es captada por el depredador y sabrá si esa es su presa. Algunos prefieren las presas pequeñas, las más obvias. Los expertos se irán por el reto de la hembra dominante que no sabe que se muere por ser dominada.
Lo que todas tienen en común es que, consciente o inconscientemente, desean ser rescatadas. La pregunta es ¿rescatadas de qué? La respuesta varía según el perfil de la víctima, pero en términos generales podrían encontrarse dos elementos básicos: soledad y aburrimiento. La soledad es más aceptado, pero poca gente habla del sentimiento de hastío, del aburrimiento interno que invade al hombre moderno. Por supuesto, qué clase de freak se puede aburrir con tantas cosas cool que hay hoy día. Es socialmente matador hablar de aburrimiento, si hablas de eso te llevan a un bar a levantar tipos, a un spa, a la peluquería o a que te lances en paracaídas. Los demás siempre tienen una solución al aburrimiento, lo que no saben es que viven aburridos de sus vidas y por eso necesitan tantos parapetos para sentir que se están divirtiendo.
Pero llega ese hombre y, sin juzgar, escucha a la mujer en cuestión, sola y/o aburrida. ¿Saben qué he notado en estos años que llevo escribiendo y entrevistando gente para conseguir material? ¡A la gente le encanta hablar! Todo el mundo quiere echar sus cuentos, dar sus opiniones, hacer preguntas en voz alta, pero sin ser juzgados. Cuando se encuentra al interlocutor apropiado, todo el mundo se suelta como un niño de cinco años. El mentiroso, por lo menos el patológico, suele ser un buen interlocutor, sabe escuchar y sabe leer entre líneas las necesidades afectivas y emocionales de su presa. Se va a mostrar interesado en ella, va a decir justo lo que ella espera escuchar, porque ella –sin notarlo- le dio las pistas para ser complaciente o retador, y así va a ser él.
Después de escucharla, comprenderla, aceptarla tal y como es, la consiente, alaba sus virtudes, menosprecia sus defectos, la hace sentir “la mujer más especial del mundo”. Al cabo del tiempo, se la coge, le monta un muchacho y se pierde del mapa o empieza a tratarla mal. Así de cruda y fea es la historia de estas pobres mujeres, quienes después de la experiencia se enconchan como tortugas temerosas del mundo exterior y ¡Adivinen! Por alguna razón terminan repitiendo el ciclo con otro mentiroso, previa la frase “él es diferente, él no es un coñuemadre como los demás”. Claro está que algunas aprenden, pero extrañamente las recaídas son más comunes de lo que quisiéramos admitir.
La realidad es que las personas engañadas suelen crearse expectativas muy elevadas de su victimario, porque ven satisfechas ciertas –y muy importantes- necesidades emocionales y afectivas. Todo ser humano necesita ser aceptado, reconocido, valorado, amado. El meollo del asunto es que las víctimas de mentirosos no se aceptan a sí mismas, no se reconocen, no se valoran, no se aman, y están esperando que otro haga lo que ellas son incapaces de hacer. Claro está que si usted, que está leyendo esto, ha sido engañado un par de veces por algún (o alguna) coño de madre, dirá que eso es mentira, que usted sí se ama, se valora, se acepta, etc., que –como siempre- Yo estoy generalizando. Lo único que le puedo decir a mis queridos lectores y lectoras que piensen eso es “ese es su problema”.
A los que quieran aceptar que quizá han fallado un poco consigo mismo, pueden seguir leyendo.
Seamos honestos, vivimos en una sociedad donde se nos pide más rápido que conozcamos al jefe, al cliente, al prospecto de pareja, al entorno económicos que a nosotros mismos. Como siempre lo he dicho y seguiré insistiendo, socialmente es una pérdida de tiempo conocerse a sí mismo. La cuestión es que después de que conoces a todo el mundo y puedes satisfacer las necesidades del entorno ¿qué pasa con la persona? Ese yo es un completo desconocido, además, nunca te ha importado mucho. No es de extrañar que cuando llega alguien que le presta atención a ese yo, alguien que está interesado en conocerte, seas presa fácil de un manipulador.
¿Hasta qué punto uno puede satisfacer sus propias necesidades afectivas? Veamos. Uno puede conocerse a sí mismo, por lo menos intentarlo, el cerebro apreciará el intento y le enviará al resto del cuerpo el mensaje. Uno puede aceptarse tal y como es, uno puede invertir energía en cambiar lo que realmente a UNO no le guste de sí mismo, no lo que piensa que a los demás puede no gustarle. Uno se puede valorar, uno se puede respetar, uno puede estar orgulloso de uno mismo, uno se puede consentir a sí mismo. Cuando se hace eso, cuando uno se dedica a amarse a sí mismo, es mucho más fácil analizar la interacción con el resto del ecosistema social. Seguirán existiendo los depredadores, pero será menos probable que seas una presa apetecible para ellos.
Vivimos en una sociedad adicta al drama, a las cosquillas en la panza, a los amores de tarjetas hallmark. Después, cuando viene el sufrimiento, se justifica con aquello de que el amor que no sufre no es amor. Y cuidado con decirle a una persona que sufrir y amar no van de la mano, porque te dicen que tú no te has enamorado.
No hay peor mentirosos que el que se miente a sí mismo. Cuando las mujeres engañadas decidan rescatarse a sí mismas de la torre más alta del castillo en que se metieron por voluntad propia, cuando acepten que la soledad y el hastío son parte de la vida, pero no son la vida, y que los momentos de felicidad son sólo momentos y tampoco son la vida, que la emoción y el drama son parte de la vida, pero no son la vida… en fin, cuando decidan asumir que son responsables de sus fracasos tanto como de sus éxitos, entonces dejarán de ser mujeres engañadas y tal vez dejen de existir hombres que engañen.
Adriana Pedroza
"Normalmente" Un princeso
Cuando me dispuse a escribir una novela, en lugar de un ensayo, sobre el hombre venezolano, traté de meterme en la cabeza de un hombre más común de lo que puede creerse: El princeso o, lo que es igual, el príncipe social.
En mi libro “Sí mami/ Sí te jodo”, el país, las relaciones de pareja y las relaciones con las demás personas, son vividas a través de Adriano Mendoza, un princeso con todas las de la ley. Y aunque muchas personas pueden llegar a pensar que este animal de la selva social es exclusivo de ciertos estratos socioeconómicos, resulta que el princeso es el prototipo del hombre moderno, del hombre (y también la mujer) que saben lo que quieren y emplean los recursos que consideren necesarios para lograr sus objetivos.
Socialmente nos han convencido que eso está bien, y aparentemente es la actitud correcta. Se establece una meta y todo lo demás queda subyugado al logro de la misma. El pequeño detalle está en el origen de los objetivos personales que, en la mayoría de las ocasiones, viene de afuera, no de adentro.
Nos hemos educado, y seguimos haciéndolo, con el paradigma: No importa lo que seas, pero siempre sé el mejor. Esta es una de las mayores farsas de la formación, porque sí importa la decisión del ser, al menos en occidente. Luego, la elección de la carrera, profesión u oficio, habrá sido más o menos acertada en la medida que la persona logre hacerse de una cantidad de bienes materiales que le permitan demostrar que se es exitoso. Por desgracia, entre esos bienes materiales que definen finalmente la felicidad de los seres humanos avanzaditos de occidente, se cuentan las relaciones de pareja e incluso los hijos, o la familia en general.
Hay metas preestablecidas: un título universitario, varias conquistas amorosas antes del matrimonio, un buen cargo en una buena empresa o –preferiblemente- una empresa propia, la casa, el auto, la esposa, los hijos, los viajes, etc. Mientras más parecida sea la vida de una persona a un comercial de Master Card, más exitosa se considerará. Si a eso le sumamos la dosis de envidia del círculo social del individuo, obtenemos un sujeto feliz, un tipo realizado.
El detalle está en que, al igual que el protagonista del libro, Adriano Mendoza, este sujeto aparentemente feliz puede acabar tan hastiado de la vida y de todo lo que le rodea, que puede terminar acariciando la idea del suicidio. De una u otra manera el suicidio termina siendo una realidad, porque no hace falta la realización del acto material para acabar muerto, la opción más sencilla siempre será matar al “yo” para que el animal social continúe su vida de logros.
Así, como Adriano Mendoza, las personas que hacen todo lo que sea necesario por el éxito, van por la vida cosificando a quienes les rodean. Los amigos, la pareja, la familia, se convierten en socios, no son más que gente útil o utilizable. Un princeso, siempre que sea posible, evitará la confrontación, prefiere callar y esperar, básicamente porque cualquier persona puede ser útil en algún momento y es preferible evitar herir susceptibilidades. El princeso es un conquistador innato, sabe qué decir y cómo decirlo para convencer a cualquier audiencia, para él –consciente o inconscientemente- los demás son público, ayudantes o socios potenciales. Los princesos no gustan de las emociones, porque pueden obstaculizar el camino al éxito. Evitan involucrarse afectivamente con alguien y siempre tendrán una buena razón para justificar su alejamiento emocional.
Y así como actúan en lo personal, actúan en lo social. El princeso no se compromete de verdad con asuntos políticos, ni sociales. El entorno es su escenario, él se adaptará de la mejor manera a los cambios y sabrá moverse cuando muevan en queso. Es astuto, es hábil y seductor, pero el princeso no suele ser una persona realmente productiva para el mundo.
En su afán de lograr sus metas, los princesos sufren infartos, crisis de pánico o de ansiedad, ACV, etc. No lo saben, pero la forma en que reprimen sus emociones termina enfrentándolos a un pase de factura físico y emocional que, al fin y al cabo, termina siendo un suicidio lento y doloroso.
Pensemos algo, este tipo de persona es el modelo a seguir por una única razón: parecen exitosas. Lo normal, lo patológicamente normal, es que los jóvenes aspiren a eso, al éxito tipo comercial de tarjeta de crédito, a costa de lo que sea. La astucia, el manejo de las emociones ajenas y el control de las propias es considerado un don. La persona que sepa cuándo mostrarse sensible, cuándo no hacerlo, cuándo ser dura y cuándo comprensiva, es admirada. Y no niego que en circunstancias pueda ser una virtud, pero cuando de ello se hace un hábito, una forma de vivir, se está condenando a los individuos a padecer cualquier tipo de enfermedades psíquicas.
El problema de la normalidad es que estamos acostumbrándonos a ver desviaciones del comportamiento como algo normal, y si es normal es bueno… El objetivo es que todos sean buenos, ergo, que todos actúen de manera “normal”. Y si no se toman medidas prontas, viviremos en un mundo de enfermos normales, de suicidas normales y de gente muy, muy amargada, pero normal y buena.
Adriana Pedroza
En mi libro “Sí mami/ Sí te jodo”, el país, las relaciones de pareja y las relaciones con las demás personas, son vividas a través de Adriano Mendoza, un princeso con todas las de la ley. Y aunque muchas personas pueden llegar a pensar que este animal de la selva social es exclusivo de ciertos estratos socioeconómicos, resulta que el princeso es el prototipo del hombre moderno, del hombre (y también la mujer) que saben lo que quieren y emplean los recursos que consideren necesarios para lograr sus objetivos.
Socialmente nos han convencido que eso está bien, y aparentemente es la actitud correcta. Se establece una meta y todo lo demás queda subyugado al logro de la misma. El pequeño detalle está en el origen de los objetivos personales que, en la mayoría de las ocasiones, viene de afuera, no de adentro.
Nos hemos educado, y seguimos haciéndolo, con el paradigma: No importa lo que seas, pero siempre sé el mejor. Esta es una de las mayores farsas de la formación, porque sí importa la decisión del ser, al menos en occidente. Luego, la elección de la carrera, profesión u oficio, habrá sido más o menos acertada en la medida que la persona logre hacerse de una cantidad de bienes materiales que le permitan demostrar que se es exitoso. Por desgracia, entre esos bienes materiales que definen finalmente la felicidad de los seres humanos avanzaditos de occidente, se cuentan las relaciones de pareja e incluso los hijos, o la familia en general.
Hay metas preestablecidas: un título universitario, varias conquistas amorosas antes del matrimonio, un buen cargo en una buena empresa o –preferiblemente- una empresa propia, la casa, el auto, la esposa, los hijos, los viajes, etc. Mientras más parecida sea la vida de una persona a un comercial de Master Card, más exitosa se considerará. Si a eso le sumamos la dosis de envidia del círculo social del individuo, obtenemos un sujeto feliz, un tipo realizado.
El detalle está en que, al igual que el protagonista del libro, Adriano Mendoza, este sujeto aparentemente feliz puede acabar tan hastiado de la vida y de todo lo que le rodea, que puede terminar acariciando la idea del suicidio. De una u otra manera el suicidio termina siendo una realidad, porque no hace falta la realización del acto material para acabar muerto, la opción más sencilla siempre será matar al “yo” para que el animal social continúe su vida de logros.
Así, como Adriano Mendoza, las personas que hacen todo lo que sea necesario por el éxito, van por la vida cosificando a quienes les rodean. Los amigos, la pareja, la familia, se convierten en socios, no son más que gente útil o utilizable. Un princeso, siempre que sea posible, evitará la confrontación, prefiere callar y esperar, básicamente porque cualquier persona puede ser útil en algún momento y es preferible evitar herir susceptibilidades. El princeso es un conquistador innato, sabe qué decir y cómo decirlo para convencer a cualquier audiencia, para él –consciente o inconscientemente- los demás son público, ayudantes o socios potenciales. Los princesos no gustan de las emociones, porque pueden obstaculizar el camino al éxito. Evitan involucrarse afectivamente con alguien y siempre tendrán una buena razón para justificar su alejamiento emocional.
Y así como actúan en lo personal, actúan en lo social. El princeso no se compromete de verdad con asuntos políticos, ni sociales. El entorno es su escenario, él se adaptará de la mejor manera a los cambios y sabrá moverse cuando muevan en queso. Es astuto, es hábil y seductor, pero el princeso no suele ser una persona realmente productiva para el mundo.
En su afán de lograr sus metas, los princesos sufren infartos, crisis de pánico o de ansiedad, ACV, etc. No lo saben, pero la forma en que reprimen sus emociones termina enfrentándolos a un pase de factura físico y emocional que, al fin y al cabo, termina siendo un suicidio lento y doloroso.
Pensemos algo, este tipo de persona es el modelo a seguir por una única razón: parecen exitosas. Lo normal, lo patológicamente normal, es que los jóvenes aspiren a eso, al éxito tipo comercial de tarjeta de crédito, a costa de lo que sea. La astucia, el manejo de las emociones ajenas y el control de las propias es considerado un don. La persona que sepa cuándo mostrarse sensible, cuándo no hacerlo, cuándo ser dura y cuándo comprensiva, es admirada. Y no niego que en circunstancias pueda ser una virtud, pero cuando de ello se hace un hábito, una forma de vivir, se está condenando a los individuos a padecer cualquier tipo de enfermedades psíquicas.
El problema de la normalidad es que estamos acostumbrándonos a ver desviaciones del comportamiento como algo normal, y si es normal es bueno… El objetivo es que todos sean buenos, ergo, que todos actúen de manera “normal”. Y si no se toman medidas prontas, viviremos en un mundo de enfermos normales, de suicidas normales y de gente muy, muy amargada, pero normal y buena.
Adriana Pedroza
Usando la Razón por el amor
Recientemente hablaba con un amigo, treintón, soltero que vive despreocupado por el tema del matrimonio, la familia, etc. Mi amigo está convencido de que el amor va a aparecer en el momento correcto, que la mujer ideal aparecerá sola y, sólo entonces, él sabrá que es la correcta y se casará y tendrá hijitos y vivirá feliz por siempre.
Otros amigos, que ya pasaron o están muy cerca de la mitad de la década de los treinta, vivieron esa despreocupación natural del macho al principio de los treinta, pero un día, repentinamente, se enamoraron, los flecharon y ahora son padres de familia, pero no muy felices que se diga.
Al igual que el primero, estos casados con hijos fueron solteros codiciados, rumberos, apetecibles para las féminas, un poco mujeriegos y laboralmente exitosos. Sus metas estaban bien establecidas a nivel académico, laboral, intelectual, económico, etc. Pocos pensaban seriamente en la soltería eterna, pero ninguno estaba apurado por enseriarse con alguna mujer. Eso sí, y en esto eran intransigentes, ninguno se ligaba “en serio” con alguna chica que no fuera potencialmente la madre de sus hijos. Incluso, hubo un par que esperaban conseguir a una mujer para procrear, mas no para unirse.
Muchas personas tienden a ver el acto de unión entre dos personas como un resultado de la conjunción de las fuerzas del destino; es decir, si estás destinado a conocer a la persona ideal y ser feliz para siempre, lo serás, de lo contrario nada va a suceder, hagas lo que hagas. Más interesante aún resulta el hecho de que el hogar, la casita feliz, forma parte de las aspiraciones de hombres y mujeres en todo el mundo, pero rara vez se trata esa aspiración como una meta real.
Para mi amigo es una meta, pero no hace nada para alcanzarla. Igual que mis otros amigos, exitosos en todos los aspectos de sus vidas menos en lo personal, aquellos que supieron lograr todas las metas que se trazaron menos cualquier cosa relacionada con el amor, los sentimientos, las emociones.
Después de hablar con mi amigo y temer verlo fracasar como a los otros en el área afectiva, comencé a pensar que quizá una de las razones que justificaría el fracaso de las relaciones de pareja hoy día, es que pensamos que se trata de suerte, cuando en realidad debe tratarse como una meta, igual que las demás. Para lograr graduarnos en la universidad, todos nos preparamos, algunos hicimos cursos previos para cubrir las deficiencias que sabíamos nos quedaron del bachillerato, otros tuvieron que mudarse de su ciudad y tomaron citas con psicólogos para que no les pegara tan duro la separación de la familia.
Para lograr el empleo que quisimos, todos nos preparamos para tener la hoja de vida que nos permitiera acceder a la primera entrevista; al lograr el cargo nos seguimos preparando, haciendo cursos, asistiendo a conferencias, talleres de mejoramiento profesional, etc. Para alcanzar nuestras metas nos hicimos conscientes de la necesidad de renuncia a ciertos placeres, y renunciamos, porque esa meta era importante y valía la renuncia, el cambio o la negociación.
Sin embargo, cuando de relaciones se trata ¿no estamos esperando a que del cielo caiga el alma gemela que nos va a amar y aceptar tal y como somos? ¿acaso no es cierto que no analizamos cuáles serían esos detalles que deberíamos ajustar si esperamos tener una relación sana y duradera? Es más fácil esperar que eso pase y terminar desesperado casándose con el primer (o la primera) desesperado (a) que parezca no ser tan mal partido. Es más fácil caer en la tentación de unirse a cualquier antes de quedarse solos, aunque quizá esa unión derive en divorcio o en esa eterna infelicidad que resulta de sacar las cuentas y ver lo costoso que sería un divorcio. Por supuesto, para complacer a mis amigos cínicos, también es más fácil quedarse solo y pensar que siempre la soledad va a ser una buena compañera.
Lo cierto es que vale la pena analizar cuáles son nuestras metas reales en torno a las relaciones afectivas y pensar qué habría que sacrificar o negociar para alcanzar esas metas. Algunos piensan que la razón debe ser abolida por las experiencias sensuales, pero Yo pienso que hay que darle un buen uso a la razón para que lo sensual, lo relativo a los sentidos, no derive en un comportamiento autodestructivo.
Adriana Pedroza
Otros amigos, que ya pasaron o están muy cerca de la mitad de la década de los treinta, vivieron esa despreocupación natural del macho al principio de los treinta, pero un día, repentinamente, se enamoraron, los flecharon y ahora son padres de familia, pero no muy felices que se diga.
Al igual que el primero, estos casados con hijos fueron solteros codiciados, rumberos, apetecibles para las féminas, un poco mujeriegos y laboralmente exitosos. Sus metas estaban bien establecidas a nivel académico, laboral, intelectual, económico, etc. Pocos pensaban seriamente en la soltería eterna, pero ninguno estaba apurado por enseriarse con alguna mujer. Eso sí, y en esto eran intransigentes, ninguno se ligaba “en serio” con alguna chica que no fuera potencialmente la madre de sus hijos. Incluso, hubo un par que esperaban conseguir a una mujer para procrear, mas no para unirse.
Muchas personas tienden a ver el acto de unión entre dos personas como un resultado de la conjunción de las fuerzas del destino; es decir, si estás destinado a conocer a la persona ideal y ser feliz para siempre, lo serás, de lo contrario nada va a suceder, hagas lo que hagas. Más interesante aún resulta el hecho de que el hogar, la casita feliz, forma parte de las aspiraciones de hombres y mujeres en todo el mundo, pero rara vez se trata esa aspiración como una meta real.
Para mi amigo es una meta, pero no hace nada para alcanzarla. Igual que mis otros amigos, exitosos en todos los aspectos de sus vidas menos en lo personal, aquellos que supieron lograr todas las metas que se trazaron menos cualquier cosa relacionada con el amor, los sentimientos, las emociones.
Después de hablar con mi amigo y temer verlo fracasar como a los otros en el área afectiva, comencé a pensar que quizá una de las razones que justificaría el fracaso de las relaciones de pareja hoy día, es que pensamos que se trata de suerte, cuando en realidad debe tratarse como una meta, igual que las demás. Para lograr graduarnos en la universidad, todos nos preparamos, algunos hicimos cursos previos para cubrir las deficiencias que sabíamos nos quedaron del bachillerato, otros tuvieron que mudarse de su ciudad y tomaron citas con psicólogos para que no les pegara tan duro la separación de la familia.
Para lograr el empleo que quisimos, todos nos preparamos para tener la hoja de vida que nos permitiera acceder a la primera entrevista; al lograr el cargo nos seguimos preparando, haciendo cursos, asistiendo a conferencias, talleres de mejoramiento profesional, etc. Para alcanzar nuestras metas nos hicimos conscientes de la necesidad de renuncia a ciertos placeres, y renunciamos, porque esa meta era importante y valía la renuncia, el cambio o la negociación.
Sin embargo, cuando de relaciones se trata ¿no estamos esperando a que del cielo caiga el alma gemela que nos va a amar y aceptar tal y como somos? ¿acaso no es cierto que no analizamos cuáles serían esos detalles que deberíamos ajustar si esperamos tener una relación sana y duradera? Es más fácil esperar que eso pase y terminar desesperado casándose con el primer (o la primera) desesperado (a) que parezca no ser tan mal partido. Es más fácil caer en la tentación de unirse a cualquier antes de quedarse solos, aunque quizá esa unión derive en divorcio o en esa eterna infelicidad que resulta de sacar las cuentas y ver lo costoso que sería un divorcio. Por supuesto, para complacer a mis amigos cínicos, también es más fácil quedarse solo y pensar que siempre la soledad va a ser una buena compañera.
Lo cierto es que vale la pena analizar cuáles son nuestras metas reales en torno a las relaciones afectivas y pensar qué habría que sacrificar o negociar para alcanzar esas metas. Algunos piensan que la razón debe ser abolida por las experiencias sensuales, pero Yo pienso que hay que darle un buen uso a la razón para que lo sensual, lo relativo a los sentidos, no derive en un comportamiento autodestructivo.
Adriana Pedroza
Sunday, May 11, 2008
Teología Pedrociana
Yo creo en Dios. Mucho, de veras. Me siento una verdadera creyente a pesar de no estar haciendo alarde de mi relación con Él. Como no he encontrado un sistema de creencia que se ajuste a mi relación personal con el creador, decidí comenzar a desarrollar mi propio sistema, la Teología Pedrociana.
En la vida hay buenos y malos momentos, así como también hay buenas y malas actitudes ante la vida. Pero Yo no creo que Dios sea tan amargado como para estresarse cada vez que una persona decide renegar de Él, o autocompadecerse o afirmar que Dios no existe. Honestamente, creo que tiene mejores cosas qué hacer como para estar pensando en castigarlo a uno por malcriado. Al fin y al cabo, es un Padre, y me imagino que pensará algo así como “cuando se te pase, hablamos”.
Tampoco creo que Dios sea un psicótico que anda por la eternidad inventándose pruebas para ver cuánta fe tenemos los mortales. Es decir ¿qué clase de ocioso habría que ser para andar inventándose pruebas para la fe? De ser así se explicarían todas las aberraciones del mundo, porque si Dios está ocupado probándonos ¿en qué tiempo se ocupa del resto?
Hace tiempo que no voy a iglesias de ninguna religión, sin embargo, he podido notar que un gran número de personas –al menos conocidos- se han volcado a religiones muy intransigentes, por no llamarlas sectas o grupo de fanáticos religiosos. Y me pregunto si eso no implicará un atraso subyacente de la raza.
A estas personas les encanta hablar de Job, el tipo que era súper fiel a Dios y un día cae en desgracia porque Dios decide probar su fe porque el demonio lo retó, algo así como… “vamos a ver si Job sigue teniendo fe en ti en las malas”. Job perdió sus bienes, su salud, su esposa, sus hijos y pare de contar. Pero nunca perdió la fe y al final fue recompensado. Según la gente religiosa la moraleja de ese cuento es que Dios premia a quienes mantienen la fe, al final claro. Según la teología Pedrociana, ese Dios que pintan en ese cuento es un caprichoso que no tiene nada mejor que hacer que joderle la vida al pobre pendejo que está bien y cree en Él para ver cuánto lo ama realmente.
Recientemente me enviaron un email con un video de una mujer a quien le faltan ambos brazos y, a pesar de ello, desarrolla su vida con bastante normalidad valiéndose de sus pies. Cambia los pañales de su hijo, hace mercado, hace las labores del hogar, etc., sin brazos. El mensaje del remitente era “para que lo pienses dos veces antes de quejarte”.
Personalmente a mí me dio grima. Bien por ella si puede vivir en la limitación, pero Yo no. Yo parto del supuesto fundamental que Dios sabe quién soy Yo y hasta donde aguanto, porque Él me creó. Yo no creo que Dios vaya a estar probando mi fe, porque Dios sabe cuánta fe tengo, porque me conoce. Dudo que Dios se moleste cuando reniego de Él porque sabe que tengo mal carácter y que siento que está conspirando contra mí cuando las cosas no me salen como Yo quiero. Pero, al final, y valiéndome de la data estadística, Yo sé que las cosas siempre me salen mejor de lo que esperaba y Dios sabe que lo amo lo suficiente como para no alejarme demasiado.
En la teología Pedrociana la duda y el temor están permitidos, porque el mismísimo Jesús, en Getsemaní, le pidió al Padre “si quieres, líbrame de este trago amargo, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Estando en la cruz dijo “Padre, por qué me has abandonado”. Si Jesús sintió miedo, duda, rabia y desesperación ¿por qué uno no puede hacerlo? ¿De dónde sacan que es una ofensa a Dios sentir lo que siente un ser humano en un momento de dificultad?
Al fin y al cabo, creo que lo importante es saber que siempre, a pesar de la duda, la rabia, el miedo y todo lo que se pueda sentir y decir en un momento duro, Dios está ahí, dentro de uno mismo, en todas partes. A pesar de creer que existe un plan Divino, Dios no le quita al humano el derecho a replicar ese plan, a pedirle que lo libre de la dificultad o a preguntarle por qué me has abandonado.
Para mí, y es mi opinión muy personal, la existencia de diferentes religiones, con diferentes niveles de intransigencia y rigidez, permiten que los humanos ubiquen su necesidad de disciplina dependiendo de su grado de evolución. Mientras menos evolucionada sea la persona, necesitará una religión más estricta, con más rituales, con más límites. En la medida que la persona sea más evolucionada elegirá una religión más flexible para el pensamiento y el desarrollo espiritual. No pareciera casual que quienes han llevado una vida de excesos en el alcohol, el sexo, el ego o lo que sea, terminen en grupos religiosos casi sectarios, afirmando que al fin conocieron a Dios y los sacó de esa vida. Lo malo es que luego de hablar con esas personas, que se comportan con un fanatismo aterrador, el interlocutor decida meterse a ateo. Usualmente comienzan las conversaciones con frases como “cuando conocí a Dios”… y provoca preguntarles ¿me das su número?
Creer en Dios en una experiencia personal, única e irrepetible. Para los pedrocianos, los humanos evolucionados no somos borregos urgidos de un pastor, somos seres inteligentes que queremos un amigo, un compañero, un interlocutor; la relación con Dios nos hace fuertes, nos hace crecer y ser mejores, no nos hace débiles y necesitados. Dios no es un tipo caprichoso, ni es un mago a nuestro servicio, porque los amigos no son eso. Los amigos de verdad no siempre están de acuerdo con uno, ni están siempre dispuestos a complacer, pero siempre acompañan, siempre están allí. Y Dios es el mejor de los amigos.
En la vida hay buenos y malos momentos, así como también hay buenas y malas actitudes ante la vida. Pero Yo no creo que Dios sea tan amargado como para estresarse cada vez que una persona decide renegar de Él, o autocompadecerse o afirmar que Dios no existe. Honestamente, creo que tiene mejores cosas qué hacer como para estar pensando en castigarlo a uno por malcriado. Al fin y al cabo, es un Padre, y me imagino que pensará algo así como “cuando se te pase, hablamos”.
Tampoco creo que Dios sea un psicótico que anda por la eternidad inventándose pruebas para ver cuánta fe tenemos los mortales. Es decir ¿qué clase de ocioso habría que ser para andar inventándose pruebas para la fe? De ser así se explicarían todas las aberraciones del mundo, porque si Dios está ocupado probándonos ¿en qué tiempo se ocupa del resto?
Hace tiempo que no voy a iglesias de ninguna religión, sin embargo, he podido notar que un gran número de personas –al menos conocidos- se han volcado a religiones muy intransigentes, por no llamarlas sectas o grupo de fanáticos religiosos. Y me pregunto si eso no implicará un atraso subyacente de la raza.
A estas personas les encanta hablar de Job, el tipo que era súper fiel a Dios y un día cae en desgracia porque Dios decide probar su fe porque el demonio lo retó, algo así como… “vamos a ver si Job sigue teniendo fe en ti en las malas”. Job perdió sus bienes, su salud, su esposa, sus hijos y pare de contar. Pero nunca perdió la fe y al final fue recompensado. Según la gente religiosa la moraleja de ese cuento es que Dios premia a quienes mantienen la fe, al final claro. Según la teología Pedrociana, ese Dios que pintan en ese cuento es un caprichoso que no tiene nada mejor que hacer que joderle la vida al pobre pendejo que está bien y cree en Él para ver cuánto lo ama realmente.
Recientemente me enviaron un email con un video de una mujer a quien le faltan ambos brazos y, a pesar de ello, desarrolla su vida con bastante normalidad valiéndose de sus pies. Cambia los pañales de su hijo, hace mercado, hace las labores del hogar, etc., sin brazos. El mensaje del remitente era “para que lo pienses dos veces antes de quejarte”.
Personalmente a mí me dio grima. Bien por ella si puede vivir en la limitación, pero Yo no. Yo parto del supuesto fundamental que Dios sabe quién soy Yo y hasta donde aguanto, porque Él me creó. Yo no creo que Dios vaya a estar probando mi fe, porque Dios sabe cuánta fe tengo, porque me conoce. Dudo que Dios se moleste cuando reniego de Él porque sabe que tengo mal carácter y que siento que está conspirando contra mí cuando las cosas no me salen como Yo quiero. Pero, al final, y valiéndome de la data estadística, Yo sé que las cosas siempre me salen mejor de lo que esperaba y Dios sabe que lo amo lo suficiente como para no alejarme demasiado.
En la teología Pedrociana la duda y el temor están permitidos, porque el mismísimo Jesús, en Getsemaní, le pidió al Padre “si quieres, líbrame de este trago amargo, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Estando en la cruz dijo “Padre, por qué me has abandonado”. Si Jesús sintió miedo, duda, rabia y desesperación ¿por qué uno no puede hacerlo? ¿De dónde sacan que es una ofensa a Dios sentir lo que siente un ser humano en un momento de dificultad?
Al fin y al cabo, creo que lo importante es saber que siempre, a pesar de la duda, la rabia, el miedo y todo lo que se pueda sentir y decir en un momento duro, Dios está ahí, dentro de uno mismo, en todas partes. A pesar de creer que existe un plan Divino, Dios no le quita al humano el derecho a replicar ese plan, a pedirle que lo libre de la dificultad o a preguntarle por qué me has abandonado.
Para mí, y es mi opinión muy personal, la existencia de diferentes religiones, con diferentes niveles de intransigencia y rigidez, permiten que los humanos ubiquen su necesidad de disciplina dependiendo de su grado de evolución. Mientras menos evolucionada sea la persona, necesitará una religión más estricta, con más rituales, con más límites. En la medida que la persona sea más evolucionada elegirá una religión más flexible para el pensamiento y el desarrollo espiritual. No pareciera casual que quienes han llevado una vida de excesos en el alcohol, el sexo, el ego o lo que sea, terminen en grupos religiosos casi sectarios, afirmando que al fin conocieron a Dios y los sacó de esa vida. Lo malo es que luego de hablar con esas personas, que se comportan con un fanatismo aterrador, el interlocutor decida meterse a ateo. Usualmente comienzan las conversaciones con frases como “cuando conocí a Dios”… y provoca preguntarles ¿me das su número?
Creer en Dios en una experiencia personal, única e irrepetible. Para los pedrocianos, los humanos evolucionados no somos borregos urgidos de un pastor, somos seres inteligentes que queremos un amigo, un compañero, un interlocutor; la relación con Dios nos hace fuertes, nos hace crecer y ser mejores, no nos hace débiles y necesitados. Dios no es un tipo caprichoso, ni es un mago a nuestro servicio, porque los amigos no son eso. Los amigos de verdad no siempre están de acuerdo con uno, ni están siempre dispuestos a complacer, pero siempre acompañan, siempre están allí. Y Dios es el mejor de los amigos.
Wednesday, May 07, 2008
Al menos ten un hijo
Como no soy madre, no sé lo que significa un hijo. Sin embargo, algo dentro de mí me dice que un ser humano, aunque nazca de otro, no le pertenece. Y a pesar de las innumerables presentaciones de power point que circulan por email, donde dicen que los hijos no son tuyos sino de la vida y alaban la libertad, etc., la gente parece procrear y formar familia en torno a un solo objetivo: evitar a toda costa la soledad.
Hace algunos meses un amigo, de esos que de veras llamo amigo y a quien considero un tío muy listo, me recomendó que si no me casaba al menos tuviera un hijo sola. Esta noche, una sesentona divorciada sin hijos me dijo algo similar. Y no son pocas las veces que me han hecho tal recomendación, así que decidí sentarme a analizar ¿cuál es la nota de tener un hijo y por qué tendría Yo un hijo?
Digamos que no me caso y tengo un hijo sola. Eso lo pensé a los 27 años cuando todavía creía que la realización máxima de una mujer era formar un hogar o, al menos, traspasar todo el conocimiento acumulado a las futuras generaciones que llevaran sus genes. Mi plazo eran los 32. Si llegada esa edad no me casaba, me haría una inseminación artificial.
Supongamos que Yo hubiese seguido esos planes infantiles. Ahora tendría un monstruo de casi dos años. Mi ciclo de sueño ya está lo suficientemente alterado haciendo cosas que me gustan, como leer, escribir, investigar, trabajar, fumar, beber o ver documentales. Si tuviera un hijo, y esto me lo han dicho todas las madres honestas que conozco, tendría que olvidarme de hacer todo eso que me gusta. Mi tiempo dejaría de ser mío y tendría que compartirlo con otro ser humano SOLA, sin ayuda del padre. Los trasnochos no serían para crear sino para criar a un niño. Son innumerables los casos de mujeres profesionales cuyas conversaciones giran en torno a los pañales, el nuevo biberón, la piñata para el cumpleaños, la nueva comiquita de Discovery Kids... No sé si Yo podría con eso.
Pero haciendo esto tendría mejores posibilidades de llegar a la vejez acompañada de un ser humano que, por las razones que sea, me cuidaría. Es cierto, es muy triste ver viejitos solos que no tienen quien los cuide, que los lleven al médico o los visiten los fines de semana. Entonces, sacrificando mi presente apuesto al cariño que debería tenerme ese ser al que le dedicaría mi vida para tener compañía en mis años dorados.
Además parece ser que eso de ser madre es muy lindo, por aquello de celebrar los logros de los hijos, la ternura de la sonrisa de la criaturita, el abrazo dulce y el beso del bebé y qué se Yo cuántas boberías más. Debe ser muy lindo, no lo dudo, me encantan los niños ¡de a poquito! Porque resulta que esas criaturitas se enferman y suele ser la madre la que lo lleva al médico. Hacen pataletas y demandan mucha atención. Comen cada tres horas y mamá tiene que levantarse a alimentarlo, hay que bañarlos, vestirlos, amarlos, dedicarles tiempo y energía. Para mi gusto esto es demasiado trabajo para una sola persona y, confiesan las madres abnegadas y los padres sinceros, ese trabajo lo hace la mujer sola. Papá va a trabajar y sigue con su vida, mamá tiene que alternar su trabajo fuera del hogar con el trabajo dentro del hogar, más el de madre y el de esposa.
Adicionalmente, las crisis de pareja parecen venir con la llegada de los hijos. Obviamente, si la sociedad empuja a la mujer a dejar su vida de lado para dedicársela a los hijos y el hombre participa a medias en el trabajo pesado de la paternidad, no es extraño que se busque fuera del hogar un poco de satisfacción extramatrimonial, tanto los hombres como las mujeres, que dejan de sentirse amantes para ser sólo madres.
¡Y resulta que hay gente que me motiva a echarme esa vaina! Porque aun en el siglo XXI hay quienes piensan que una mujer que no es madre está incompleta. Yo nunca, jamás, he conocido a un hombre que le digan "si no te casas, al menos ten un hijo". Ese es un mensaje para la mujer, porque el paradigma hembra-madre está incrustado en el pensamiento de la sociedad latinoamericana y por eso hay tantos hijos abandonados, aun teniendo padres en casa.
Tener un hijo es una decisión que cambia la vida de las personas, aunque no se quiera. Los hombres, en el mejor de los casos, suelen ver afectado el presupuesto, pero no su vida. No es el hombre, salvo en casos excepcionales, el que falta al trabajo para asistir a los actos sociales del niño. En las piñatas, casi siempre, van las madres y los padres se quedan en casa. Quien se levanta de madrugada si el niño llora, es la madre, papá comienza su turno a las siete de la mañana. Incluso se ven familias que salen de paseo y el padre está pegado al celular atendiendo asuntos laborales, es decir, no está. Por supuesto, cuando existe la presencia física de un padre que en realidad no está porque tiene la mente en los negocios, no es sólo culpa de él, porque la mujer lo acepta así a cambio de estatus o beneficios materiales... se supone que hay que darle a los hijos lo mejor y eso suelen ser cosas, no afectos.
Ser padre es una de esas actividades 24/7 y para hacerlo medianamente bien, creo Yo, se debe compartir la experiencia con una persona que asuma la paternidad de la misma manera. Y Yo insisto en que debe ser compartido, no se puede ser madre soltera (al menos no voluntariamente) y sacrificar los sueños y ambiciones personales y ser feliz y criar a un hijo feliz. Dejar de lado la vida propia y vivir en función de la vida de otra persona no puede generar felicidad, al contrario, eso degenera en frustración y eso se transmite a los hijos de forma conciente o inconsciente. Por eso la gente espera que en el ocaso de su vida esos desgraciados por los cuales sacrificaron sus sueños se encarguen de brindarle un vejez digna. Entonces, no se traen hijos al mundo por placer, sino por conveniencia, es una inversión de presente para tener un futuro acompañado.
El miedo a la soledad hace que las personas tomen decisiones de vida que muchas veces terminan atentando contra la vida misma. No es fortuito encontrarse con tantas personas que no saben cuál es su sueño o, peor aún, no tienen sueños. Y es infinitamente triste para mí cuando le pregunto a alguien ¿cuál es tu sueño? y las personas no saben responder o simplemente sus sueños están limitados a ver felices a sus hijos o a logros materiales.
Tal vez Yo termine congelando un par de óvulos para cuidarme de que en un futuro me de mucho miedo estar sola y los insemine a los 50 años para que me cuiden en mi vejez. Total, si muero a los ochenta ya tendrán treinta años y podrán vivir sin madre... seré una egoísta más que procreó enfermeros de geriátrico por miedo a envejecer sola.
Hace algunos meses un amigo, de esos que de veras llamo amigo y a quien considero un tío muy listo, me recomendó que si no me casaba al menos tuviera un hijo sola. Esta noche, una sesentona divorciada sin hijos me dijo algo similar. Y no son pocas las veces que me han hecho tal recomendación, así que decidí sentarme a analizar ¿cuál es la nota de tener un hijo y por qué tendría Yo un hijo?
Digamos que no me caso y tengo un hijo sola. Eso lo pensé a los 27 años cuando todavía creía que la realización máxima de una mujer era formar un hogar o, al menos, traspasar todo el conocimiento acumulado a las futuras generaciones que llevaran sus genes. Mi plazo eran los 32. Si llegada esa edad no me casaba, me haría una inseminación artificial.
Supongamos que Yo hubiese seguido esos planes infantiles. Ahora tendría un monstruo de casi dos años. Mi ciclo de sueño ya está lo suficientemente alterado haciendo cosas que me gustan, como leer, escribir, investigar, trabajar, fumar, beber o ver documentales. Si tuviera un hijo, y esto me lo han dicho todas las madres honestas que conozco, tendría que olvidarme de hacer todo eso que me gusta. Mi tiempo dejaría de ser mío y tendría que compartirlo con otro ser humano SOLA, sin ayuda del padre. Los trasnochos no serían para crear sino para criar a un niño. Son innumerables los casos de mujeres profesionales cuyas conversaciones giran en torno a los pañales, el nuevo biberón, la piñata para el cumpleaños, la nueva comiquita de Discovery Kids... No sé si Yo podría con eso.
Pero haciendo esto tendría mejores posibilidades de llegar a la vejez acompañada de un ser humano que, por las razones que sea, me cuidaría. Es cierto, es muy triste ver viejitos solos que no tienen quien los cuide, que los lleven al médico o los visiten los fines de semana. Entonces, sacrificando mi presente apuesto al cariño que debería tenerme ese ser al que le dedicaría mi vida para tener compañía en mis años dorados.
Además parece ser que eso de ser madre es muy lindo, por aquello de celebrar los logros de los hijos, la ternura de la sonrisa de la criaturita, el abrazo dulce y el beso del bebé y qué se Yo cuántas boberías más. Debe ser muy lindo, no lo dudo, me encantan los niños ¡de a poquito! Porque resulta que esas criaturitas se enferman y suele ser la madre la que lo lleva al médico. Hacen pataletas y demandan mucha atención. Comen cada tres horas y mamá tiene que levantarse a alimentarlo, hay que bañarlos, vestirlos, amarlos, dedicarles tiempo y energía. Para mi gusto esto es demasiado trabajo para una sola persona y, confiesan las madres abnegadas y los padres sinceros, ese trabajo lo hace la mujer sola. Papá va a trabajar y sigue con su vida, mamá tiene que alternar su trabajo fuera del hogar con el trabajo dentro del hogar, más el de madre y el de esposa.
Adicionalmente, las crisis de pareja parecen venir con la llegada de los hijos. Obviamente, si la sociedad empuja a la mujer a dejar su vida de lado para dedicársela a los hijos y el hombre participa a medias en el trabajo pesado de la paternidad, no es extraño que se busque fuera del hogar un poco de satisfacción extramatrimonial, tanto los hombres como las mujeres, que dejan de sentirse amantes para ser sólo madres.
¡Y resulta que hay gente que me motiva a echarme esa vaina! Porque aun en el siglo XXI hay quienes piensan que una mujer que no es madre está incompleta. Yo nunca, jamás, he conocido a un hombre que le digan "si no te casas, al menos ten un hijo". Ese es un mensaje para la mujer, porque el paradigma hembra-madre está incrustado en el pensamiento de la sociedad latinoamericana y por eso hay tantos hijos abandonados, aun teniendo padres en casa.
Tener un hijo es una decisión que cambia la vida de las personas, aunque no se quiera. Los hombres, en el mejor de los casos, suelen ver afectado el presupuesto, pero no su vida. No es el hombre, salvo en casos excepcionales, el que falta al trabajo para asistir a los actos sociales del niño. En las piñatas, casi siempre, van las madres y los padres se quedan en casa. Quien se levanta de madrugada si el niño llora, es la madre, papá comienza su turno a las siete de la mañana. Incluso se ven familias que salen de paseo y el padre está pegado al celular atendiendo asuntos laborales, es decir, no está. Por supuesto, cuando existe la presencia física de un padre que en realidad no está porque tiene la mente en los negocios, no es sólo culpa de él, porque la mujer lo acepta así a cambio de estatus o beneficios materiales... se supone que hay que darle a los hijos lo mejor y eso suelen ser cosas, no afectos.
Ser padre es una de esas actividades 24/7 y para hacerlo medianamente bien, creo Yo, se debe compartir la experiencia con una persona que asuma la paternidad de la misma manera. Y Yo insisto en que debe ser compartido, no se puede ser madre soltera (al menos no voluntariamente) y sacrificar los sueños y ambiciones personales y ser feliz y criar a un hijo feliz. Dejar de lado la vida propia y vivir en función de la vida de otra persona no puede generar felicidad, al contrario, eso degenera en frustración y eso se transmite a los hijos de forma conciente o inconsciente. Por eso la gente espera que en el ocaso de su vida esos desgraciados por los cuales sacrificaron sus sueños se encarguen de brindarle un vejez digna. Entonces, no se traen hijos al mundo por placer, sino por conveniencia, es una inversión de presente para tener un futuro acompañado.
El miedo a la soledad hace que las personas tomen decisiones de vida que muchas veces terminan atentando contra la vida misma. No es fortuito encontrarse con tantas personas que no saben cuál es su sueño o, peor aún, no tienen sueños. Y es infinitamente triste para mí cuando le pregunto a alguien ¿cuál es tu sueño? y las personas no saben responder o simplemente sus sueños están limitados a ver felices a sus hijos o a logros materiales.
Tal vez Yo termine congelando un par de óvulos para cuidarme de que en un futuro me de mucho miedo estar sola y los insemine a los 50 años para que me cuiden en mi vejez. Total, si muero a los ochenta ya tendrán treinta años y podrán vivir sin madre... seré una egoísta más que procreó enfermeros de geriátrico por miedo a envejecer sola.
Tuesday, May 06, 2008
¡Y Yo que me quería enamorar de vos!
Y Yo que soñaba con empezar a amar. Yo que estaba aburrida de no sentir, de no vibrar, de no amar… lo quise, juro por Dios, ese Dios que se escribe con mayúscula y que se supone que es uno, Padre, Hijo y Espíritu Santo, quería amar… y no sé si quiero aún, pero no así, no en la espera, no en la esperanza, sino en la fe.
Así, sin ton ni son, sin explicación ni lógica algebraica, sin consideraciones ni concierto, empecé a sentir algo por vos. Un algo creado por la necesidad inventada del amor, de sentir, de palpar, de oler. No te amo por vos, te amo porque el adagio del Concierto para piano de Schostakovich es lindo, porque conocí a Furtwängler y resultó magnífico, porque Beethoven suena mejor cuando te leo. Te amo porque necesito amarte, porque necesito una cara, un cuerpo, una risa de esas que escribís jajajaja en el Messenger. Y así, resulta que no te amo, porque en verdad no existís, Yo te inventé, Yo soy la creadora de un fenómeno que lleva tu nombre y tu cara y tu pelo rizado.
Pero no quiero, ya no quiero, no quiero esperar a que aparezcas en la pantalla de mi portátil diciendo “Hola”, no quiero esperar un contacto, una risa de Messenger, una frase que incluya la palabra “loca”. ¡Y no te imaginás cómo me gusta que me digas que estoy loca! Porque lo sé y porque sé que te gusta que Yo esté loca. Tan loca estoy que te amo, a ese monstruo que inventé, que lleva tu cara, tu nombre y tus rizos, pero que es más dulce que vos y que, en mis elucubraciones de alba, podría llegar a amarme.
Craso error. Amarme… ¿sabés? No debe ser fácil. Porque Yo siempre me voy a amar más. Porque en el fondo, en lo más profundo, sé que no sé amar. Soy demasiado libre para el amor. Y no sé amar en libertad, no lo sé, en serio, no lo sé. Y de algo estoy segura, alguno de los dos saldría con la cabeza rota y con un par de dientes menos, porque la caída va a ser dura. Y así, resulta que quiero un amor genio de botella, un amor servicio al cliente, un amor atención VIP. Cuando no me complazcas voy a sentir que ya no sentís el mismo amor de antes y voy a estar triste. Y cuando estoy triste soy insoportable, creeme, Yo misma peleo conmigo cuando estoy triste ¡y hasta me he mandado a la mierda!
No me apego a nada, sólo a mí misma. Cuando llegué a Bogotá, fue como si toda la vida hubiese vivido aquí, no la sentí ajena. No extraño a nadie, ni a mi mamá, ni a mis hermanos, ni a mi abuela que me quiere tanto. Podría pasar el resto de mi vida sin hablar con ellos y, aun queriéndolos como los quiero, no los voy a extrañar. No tengo amigos de años, no mantengo contacto con nadie de forma regular; mis amistades siempre se van desvaneciendo con el tiempo, no las sé conservar, no las extraño, sólo de vez en cuando y suele coincidir con alguna ocurrencia que quiero compartir, con una idea, una frase, una peli… pero no por sí mismos, sino porque siento la necesidad de compartir en algún momento. Ergo, siempre Yo primero, mis necesidades primero. De veras, no debe ser fácil.
Podría dejar de ver a todo el mundo el resto de mi vida, y no los extrañaría sino en ocasiones. Podría irme a vivir a Neptuno, y me resultaría familiar, siempre que llueva. ¿Sabés qué fue lo único que extrañé durante mi primer mes de estancia en Bogotá? Mi soledad. En serio, creeme, fue lo único que extrañé tanto que casi me hacía llorar. Mis silencios. Y al fin, un mes después, me mudé solita y empecé a sentirme feliz de nuevo.
Y sin embargo, ese no sentir nada por nadie, ese no extrañar a nadie, me pareció que eventualmente podría resultar mal. ¡Vamos! ¡Algo debo sentir! Fue cuando se me metió la idea loca en la cabeza de que debería enamorarme, hace años que no me enamoro, hace años que no siento cosquillas en la panza, que no me emociono por una llamada, por una cita… ¿estaré muerta por dentro? No creo. Amo a Ludwig Van, amo el Vals ruso de Schostakovich, amo el segundo movimiento de la Séptima de Beethoven, amo el Coro de Tanhauser de Wagner ¡y si no los escucho me muero! A ellos sí los extraño cuando no están conmigo.
Entonces te conocí. Fue tonto, pero a veces las cosas tontas son las que calan en los huesos. Te escribí, vos me escribiste, nos seguimos escribiendo como dos chicos que no tienen nada más qué hacer. Y me emocionaba checar el correo a ver si había algo tuyo.
Luego vino el Messenger, las charlas largas y subidas de tono, las confesiones, las dudas, los desencantos y el nuevo encantamiento. El descubrimiento de virtudes y defectos, las risas de computadora y las caritas de sonrojo o de risas.
Pero empezaste a escribir menos, supongo que pasó la novedad y, como todo niño, te aburrís rápido. Yo no, Yo soy como esos chicos obsesivos que se pegan a un solo juguete y no quieren soltarlo ni prestárselo a los amiguitos. Lo cierto es que ya no encuentro lo que quiero, ya no estás allí cuando Yo quiero, ya no escribís como antes ni estás disponible como al principio. Y me inquieta no recibir un correo de vos, ni un mensaje instantáneo, ni una carita… y resulta que ya no me gustás. Porque me dijiste algo que…
¿Viste? Te lo dije, no me sirve. A mí las cosas no me sirven de a poquito. No me tomo una o dos copas de vino, Yo me tomo una botella. Yo no como poquito, como a reventar. No hago nada de a poquito, lo comedido no me sirve, la ecuanimidad me aburre, el equilibrio perfecto de las cantidades ofrecidas y demandadas lo sé tan falso como la existencia de unicornios y duendes encantados. No me gusta lo recto, lo equilibrado ni lo medido. Yo soy así, desmedida, caprichosa, infantil. No me pidás que me comporte como un adulto, porque los adultos no entienden nada de dar, no saben de crear, no pueden entregarse. ¿Cómo me podés decir que uno no debe mostrarse tan vulnerable porque debe autoprotegerse? ¡Eso es mierda! ¿Te imaginás un mundo donde la gente viva con caretas y antifaces para disfrazar sus sentimientos, sus debilidades, sus emociones, hasta sus virtudes! ¡Oh, sí, verdad que ese es el mundo en que vivimos!
Perdoname, pero Yo voy a cambiar al mundo, por eso no tengo tiempo para vos. No tengo tiempo para los juegos de “el interesante”. Y tal vez, cuando vos tengás un par de hijos, ellos puedan vivir en un mundo donde se pueda ser como a cada uno le de la gana ser, sin necesidad de disfrazarse para ser aceptado.
Mientras tanto, Yo trataré de… trataré de hacer algo para ver si al fin consigo compartir el amor con alguien real, si logro vencer el miedo de amar a alguien de verdad, de ceder un poquito de mí para dárselo a un hombre que de veras exista. A un alma única, al poeta de amaneceres y ocasos, al que suene como una entrada de vientos en una sinfonía de Beethoven, al de allegros con brío, alegretos y adagios, al de los fortes y pianissimos. O, parafraseando a Oliverio Girondo, al que vuela… sí, lo único que no le perdono a un hombre es que no sepa volar, si no sabe volar, pierde el tiempo conmigo.
Así, sin ton ni son, sin explicación ni lógica algebraica, sin consideraciones ni concierto, empecé a sentir algo por vos. Un algo creado por la necesidad inventada del amor, de sentir, de palpar, de oler. No te amo por vos, te amo porque el adagio del Concierto para piano de Schostakovich es lindo, porque conocí a Furtwängler y resultó magnífico, porque Beethoven suena mejor cuando te leo. Te amo porque necesito amarte, porque necesito una cara, un cuerpo, una risa de esas que escribís jajajaja en el Messenger. Y así, resulta que no te amo, porque en verdad no existís, Yo te inventé, Yo soy la creadora de un fenómeno que lleva tu nombre y tu cara y tu pelo rizado.
Pero no quiero, ya no quiero, no quiero esperar a que aparezcas en la pantalla de mi portátil diciendo “Hola”, no quiero esperar un contacto, una risa de Messenger, una frase que incluya la palabra “loca”. ¡Y no te imaginás cómo me gusta que me digas que estoy loca! Porque lo sé y porque sé que te gusta que Yo esté loca. Tan loca estoy que te amo, a ese monstruo que inventé, que lleva tu cara, tu nombre y tus rizos, pero que es más dulce que vos y que, en mis elucubraciones de alba, podría llegar a amarme.
Craso error. Amarme… ¿sabés? No debe ser fácil. Porque Yo siempre me voy a amar más. Porque en el fondo, en lo más profundo, sé que no sé amar. Soy demasiado libre para el amor. Y no sé amar en libertad, no lo sé, en serio, no lo sé. Y de algo estoy segura, alguno de los dos saldría con la cabeza rota y con un par de dientes menos, porque la caída va a ser dura. Y así, resulta que quiero un amor genio de botella, un amor servicio al cliente, un amor atención VIP. Cuando no me complazcas voy a sentir que ya no sentís el mismo amor de antes y voy a estar triste. Y cuando estoy triste soy insoportable, creeme, Yo misma peleo conmigo cuando estoy triste ¡y hasta me he mandado a la mierda!
No me apego a nada, sólo a mí misma. Cuando llegué a Bogotá, fue como si toda la vida hubiese vivido aquí, no la sentí ajena. No extraño a nadie, ni a mi mamá, ni a mis hermanos, ni a mi abuela que me quiere tanto. Podría pasar el resto de mi vida sin hablar con ellos y, aun queriéndolos como los quiero, no los voy a extrañar. No tengo amigos de años, no mantengo contacto con nadie de forma regular; mis amistades siempre se van desvaneciendo con el tiempo, no las sé conservar, no las extraño, sólo de vez en cuando y suele coincidir con alguna ocurrencia que quiero compartir, con una idea, una frase, una peli… pero no por sí mismos, sino porque siento la necesidad de compartir en algún momento. Ergo, siempre Yo primero, mis necesidades primero. De veras, no debe ser fácil.
Podría dejar de ver a todo el mundo el resto de mi vida, y no los extrañaría sino en ocasiones. Podría irme a vivir a Neptuno, y me resultaría familiar, siempre que llueva. ¿Sabés qué fue lo único que extrañé durante mi primer mes de estancia en Bogotá? Mi soledad. En serio, creeme, fue lo único que extrañé tanto que casi me hacía llorar. Mis silencios. Y al fin, un mes después, me mudé solita y empecé a sentirme feliz de nuevo.
Y sin embargo, ese no sentir nada por nadie, ese no extrañar a nadie, me pareció que eventualmente podría resultar mal. ¡Vamos! ¡Algo debo sentir! Fue cuando se me metió la idea loca en la cabeza de que debería enamorarme, hace años que no me enamoro, hace años que no siento cosquillas en la panza, que no me emociono por una llamada, por una cita… ¿estaré muerta por dentro? No creo. Amo a Ludwig Van, amo el Vals ruso de Schostakovich, amo el segundo movimiento de la Séptima de Beethoven, amo el Coro de Tanhauser de Wagner ¡y si no los escucho me muero! A ellos sí los extraño cuando no están conmigo.
Entonces te conocí. Fue tonto, pero a veces las cosas tontas son las que calan en los huesos. Te escribí, vos me escribiste, nos seguimos escribiendo como dos chicos que no tienen nada más qué hacer. Y me emocionaba checar el correo a ver si había algo tuyo.
Luego vino el Messenger, las charlas largas y subidas de tono, las confesiones, las dudas, los desencantos y el nuevo encantamiento. El descubrimiento de virtudes y defectos, las risas de computadora y las caritas de sonrojo o de risas.
Pero empezaste a escribir menos, supongo que pasó la novedad y, como todo niño, te aburrís rápido. Yo no, Yo soy como esos chicos obsesivos que se pegan a un solo juguete y no quieren soltarlo ni prestárselo a los amiguitos. Lo cierto es que ya no encuentro lo que quiero, ya no estás allí cuando Yo quiero, ya no escribís como antes ni estás disponible como al principio. Y me inquieta no recibir un correo de vos, ni un mensaje instantáneo, ni una carita… y resulta que ya no me gustás. Porque me dijiste algo que…
¿Viste? Te lo dije, no me sirve. A mí las cosas no me sirven de a poquito. No me tomo una o dos copas de vino, Yo me tomo una botella. Yo no como poquito, como a reventar. No hago nada de a poquito, lo comedido no me sirve, la ecuanimidad me aburre, el equilibrio perfecto de las cantidades ofrecidas y demandadas lo sé tan falso como la existencia de unicornios y duendes encantados. No me gusta lo recto, lo equilibrado ni lo medido. Yo soy así, desmedida, caprichosa, infantil. No me pidás que me comporte como un adulto, porque los adultos no entienden nada de dar, no saben de crear, no pueden entregarse. ¿Cómo me podés decir que uno no debe mostrarse tan vulnerable porque debe autoprotegerse? ¡Eso es mierda! ¿Te imaginás un mundo donde la gente viva con caretas y antifaces para disfrazar sus sentimientos, sus debilidades, sus emociones, hasta sus virtudes! ¡Oh, sí, verdad que ese es el mundo en que vivimos!
Perdoname, pero Yo voy a cambiar al mundo, por eso no tengo tiempo para vos. No tengo tiempo para los juegos de “el interesante”. Y tal vez, cuando vos tengás un par de hijos, ellos puedan vivir en un mundo donde se pueda ser como a cada uno le de la gana ser, sin necesidad de disfrazarse para ser aceptado.
Mientras tanto, Yo trataré de… trataré de hacer algo para ver si al fin consigo compartir el amor con alguien real, si logro vencer el miedo de amar a alguien de verdad, de ceder un poquito de mí para dárselo a un hombre que de veras exista. A un alma única, al poeta de amaneceres y ocasos, al que suene como una entrada de vientos en una sinfonía de Beethoven, al de allegros con brío, alegretos y adagios, al de los fortes y pianissimos. O, parafraseando a Oliverio Girondo, al que vuela… sí, lo único que no le perdono a un hombre es que no sepa volar, si no sabe volar, pierde el tiempo conmigo.
Amor verdaderamente incondicional
He pasado tres días de perro después de la derrota humillante del Bayern. Nadie lo entiende, simplemente, así soy Yo.
Ayer, una vecina de cabello blanco, quien de seguro pasa los ochenta años, me preguntó por qué estaba tan triste, me comentó que había notado mi tristeza desde el día anterior y por eso decidió preguntarme, disculpándose por la intromisión y no sin antes entregarme unos panecillos de queso. Confieso que no es nada fácil decirle a una persona normal, y mucho menos de esa edad, que estoy por el suelo porque mi equipo de fútbol fue humillado por un equipucho de tercera en la Copa UEFA. Pero lo hice, porque cuando estoy deprimida no tengo vergüenza. Curiosamente la viejecita me tomó la mano derecha y me dijo que esas cosas pasan, que a veces ganan los pequeños para darle esperanzas a los que no la tienen y que los fuertes, a veces, sufren para que el mundo siga teniendo fe. La verdad es que la paja de los débiles vs los fuertes y la fe del mundo me importó un comino, pero la actitud de esa viejecita octogenaria, que difícilmente sabe algo de fútbol europeo, me conmovió, me hizo sentir mejor, porque sin conocerme hizo algo que nadie ha hecho, tratar de hacerme sentir mejor aunque no entienda ni comparta lo que me pasa.
Hoy vi, por segunda vez, la película Shine. La primera vez que la vi no me gustó, por culpa del amigo que me la recomendó diciendo que era mejor que Amadeus, lo cual es absolutamente falso. Pero la peli es buena, muy buena. Basada en la historia real del pianista David Helfgott, narra la forma en que cae en la locura y es rescatado –de alguna manera- por esa cosa rara llamada amor, más allá del amor de la segunda esposa, por el amor de quienes reconocieron en él a un ser valioso.
Y la película me hizo recordar la biografía de John Nash, el gran Nash, quien logró vencer la esquizofrenia gracias al amor que le fue profesado por toda la comunidad de Princeton, pues por sus propios medios, solo, sin la ayuda y el amor de su comunidad, hubiese terminado siendo un loquito de un sanatorio cualquiera.
Así, Yo, la cínica, reconozco que el amor de los demás, ése, el ridículamente desinteresado, puede llegar a ser tan importante como el amor propio. Una mano tendida en un momento de crisis, un abrazo, una palabra bonita, un gesto aparentemente insignificante, puede significar la salvación de una vida valiosa para la humanidad. Aceptar que no todos somos iguales, que las exuberancias de las personalidades, que las rarezas, los elementos de desencuentros, no deberían ser impedimentos para la manifestación del amor, podría ser un camino para hacer de este mundo cada vez más frío, un lugar mucho más cálido para vivir.
Ayer, una vecina de cabello blanco, quien de seguro pasa los ochenta años, me preguntó por qué estaba tan triste, me comentó que había notado mi tristeza desde el día anterior y por eso decidió preguntarme, disculpándose por la intromisión y no sin antes entregarme unos panecillos de queso. Confieso que no es nada fácil decirle a una persona normal, y mucho menos de esa edad, que estoy por el suelo porque mi equipo de fútbol fue humillado por un equipucho de tercera en la Copa UEFA. Pero lo hice, porque cuando estoy deprimida no tengo vergüenza. Curiosamente la viejecita me tomó la mano derecha y me dijo que esas cosas pasan, que a veces ganan los pequeños para darle esperanzas a los que no la tienen y que los fuertes, a veces, sufren para que el mundo siga teniendo fe. La verdad es que la paja de los débiles vs los fuertes y la fe del mundo me importó un comino, pero la actitud de esa viejecita octogenaria, que difícilmente sabe algo de fútbol europeo, me conmovió, me hizo sentir mejor, porque sin conocerme hizo algo que nadie ha hecho, tratar de hacerme sentir mejor aunque no entienda ni comparta lo que me pasa.
Hoy vi, por segunda vez, la película Shine. La primera vez que la vi no me gustó, por culpa del amigo que me la recomendó diciendo que era mejor que Amadeus, lo cual es absolutamente falso. Pero la peli es buena, muy buena. Basada en la historia real del pianista David Helfgott, narra la forma en que cae en la locura y es rescatado –de alguna manera- por esa cosa rara llamada amor, más allá del amor de la segunda esposa, por el amor de quienes reconocieron en él a un ser valioso.
Y la película me hizo recordar la biografía de John Nash, el gran Nash, quien logró vencer la esquizofrenia gracias al amor que le fue profesado por toda la comunidad de Princeton, pues por sus propios medios, solo, sin la ayuda y el amor de su comunidad, hubiese terminado siendo un loquito de un sanatorio cualquiera.
Así, Yo, la cínica, reconozco que el amor de los demás, ése, el ridículamente desinteresado, puede llegar a ser tan importante como el amor propio. Una mano tendida en un momento de crisis, un abrazo, una palabra bonita, un gesto aparentemente insignificante, puede significar la salvación de una vida valiosa para la humanidad. Aceptar que no todos somos iguales, que las exuberancias de las personalidades, que las rarezas, los elementos de desencuentros, no deberían ser impedimentos para la manifestación del amor, podría ser un camino para hacer de este mundo cada vez más frío, un lugar mucho más cálido para vivir.
En mi defensa
Las diversas reacciones que provocó mi último artículo, desde las sinceras felicitaciones de algunos hasta la corona de inmoral de otros, me hicieron pensar ¿cuál es el problema? ¿qué les hice?
Una señora muy decente escribió que por culpa de mensajes como el mío es que las mujeres de hoy día no tienen moral y que Yo soy la reina de las inmorales porque incito a la perversión. Uno de mis primos interpretó que a mí me parecía triste que alguien piense diferente a mí, la verdad es que puede parecerme tonto que alguien no piense como Yo, pero triste no. Lo evidente del asunto es que perdí notoriamente la capacidad para expresar mis ideas o el tema del sexo levanta tantas barreras en las mentes de los lectores que terminan interpretando el cuadro según sus paradigmas y, éstos, le cambian los colores. Pero como en el fondo lo que busco es la aprobación del mundo y ser querida por todos, voy a tratar de explicarme mejor; porque me dolió que me llamaran inmoral… ¿se lo creyeron?
Empecemos por el principio. Insisto, nunca pensé que fuese triste que la chica pensara diferente a mí, lo que me parece triste es que exista esa necesidad femenina de justificar un acto natural, como el sexo, con un evento metafísico llamado amor. Me enamoré de él, por eso le entregué mi cuerpo. ¿Cuántas veces no han escuchado palabras como estas de amigas, hermanas, vecinas… Quizá la chica en cuestión, de la que escuché la frase, haya sido del selecto grupo de seres humano que nunca ha echado un polvito y siempre ha hecho el amor. Pero la frase, la idea, me hizo rememorar a ese enorme grupo de mujeres que conozco y que viven constantemente con la necesidad de llamar amor –o enamoramiento- al desborde de la tensión sexual.
Otro asunto que levantó ronchas fue la discusión acerca de tener sexo por el solo sexo, sin estar enamorado. Aquí hay que pensar un poco más en el asunto del enamoramiento y, sin ánimos de entrar a profundizar acerca de temas científicos, temo que el enamoramiento no es más que el producto del juego químico que se produce en la persona en presencia de otro, es una simple atracción, un match entre los paradigmas de la persona “ideal” y la que está al frente. Eso, mis queridos lectores, es muy diferente al amor. Porque, al fin y al cabo, el amor empieza cuando acaba el enamoramiento, cuando la realidad, la rutina, la persona en sí misma es mucho más valiosa que la imagen preconcebida. Así que, aun estando “enamorados”, sólo se hace el amor cuando se pasa la fase de enamoramiento.
Por poco que me importe que me llamen inmoral, sí pienso que es importante hacer énfasis en un asunto primordial. Mi intención no es alentar el sexo irresponsable, y llamo irresponsable al sexo que atenta contra la dignidad del “yo” de cada persona. Yo no creo que la actitud hembrista de algunas mujeres, que cosifican al hombre con quien tienen sexo, sea el estado ideal de la mujer. Lo que sí creo, muy a pesar de los moralistas a quienes les encanta pelear conmigo, es que la mujer –al igual que el hombre- es un ser sexual, con necesidades sexuales que deben ser satisfechas o, de lo contrario, se produce la histeria. Para ilustrar esto último, les recuerdo que en el siglo XVIII las damas recurrían al médico de cabecera de la familia para ser atendidas por diversos malestares que incluían, entre otros, cambios de humor severos, intensos dolores de cabeza y sudoración. Los médicos descubrieron que un masaje clitorideal, es decir, masaje directo al clítoris, provocaba en la mujer un fuerte espasmo, precedido por el alivio de los síntomas. Según el historiador del sexo, Michael Foucault, las mujeres iban al médico al menos mensualmente para atender esta “enfermedad”. Luego de este breve repaso de historia, creo que podemos estar de acuerdo en algo, las mujeres necesitan un orgasmo de vez en cuando ¿o no? Para los curiosos, les agrego algo más de historia. Con el paso del tiempo, se inventaron enormes aparatos que aliviaban al médico de tan molesta tarea de masajear el clítoris de sus pacientes, lo cual hacía de rodillas, llevando su mano por debajo del vestido hacia la zona vaginal, durante unos cuantos minutos. Esos aparatos mecánicos se fueron transformando con el paso del tiempo hasta convertirse en lo que hoy se conoce como vibrador.
Si coincidimos que la mujer necesita tener sexo, aunque sólo sea por una cuestión de salud psíquica, no es entonces inmoral pensar que la mujer tiene derecho de tener control sobre su vida sexual y puede decidir cuándo y con quién lo hace. La mujer no necesita justificar con nada, y menos con amor, la prevención de una enfermedad llamada histeria, eso si queremos dejarlo en el ala médica de la discusión. Pero yendo más allá. El amor es una de las ideas más prostituidas de la humanidad: se hacen guerras por amor (pregúntenle a los troyanos), se mata por amor, se muere por amor… ¿y también se coge por amor? Creo que mejor dejamos tranquilo al amor un rato.
Una señora muy decente escribió que por culpa de mensajes como el mío es que las mujeres de hoy día no tienen moral y que Yo soy la reina de las inmorales porque incito a la perversión. Uno de mis primos interpretó que a mí me parecía triste que alguien piense diferente a mí, la verdad es que puede parecerme tonto que alguien no piense como Yo, pero triste no. Lo evidente del asunto es que perdí notoriamente la capacidad para expresar mis ideas o el tema del sexo levanta tantas barreras en las mentes de los lectores que terminan interpretando el cuadro según sus paradigmas y, éstos, le cambian los colores. Pero como en el fondo lo que busco es la aprobación del mundo y ser querida por todos, voy a tratar de explicarme mejor; porque me dolió que me llamaran inmoral… ¿se lo creyeron?
Empecemos por el principio. Insisto, nunca pensé que fuese triste que la chica pensara diferente a mí, lo que me parece triste es que exista esa necesidad femenina de justificar un acto natural, como el sexo, con un evento metafísico llamado amor. Me enamoré de él, por eso le entregué mi cuerpo. ¿Cuántas veces no han escuchado palabras como estas de amigas, hermanas, vecinas… Quizá la chica en cuestión, de la que escuché la frase, haya sido del selecto grupo de seres humano que nunca ha echado un polvito y siempre ha hecho el amor. Pero la frase, la idea, me hizo rememorar a ese enorme grupo de mujeres que conozco y que viven constantemente con la necesidad de llamar amor –o enamoramiento- al desborde de la tensión sexual.
Otro asunto que levantó ronchas fue la discusión acerca de tener sexo por el solo sexo, sin estar enamorado. Aquí hay que pensar un poco más en el asunto del enamoramiento y, sin ánimos de entrar a profundizar acerca de temas científicos, temo que el enamoramiento no es más que el producto del juego químico que se produce en la persona en presencia de otro, es una simple atracción, un match entre los paradigmas de la persona “ideal” y la que está al frente. Eso, mis queridos lectores, es muy diferente al amor. Porque, al fin y al cabo, el amor empieza cuando acaba el enamoramiento, cuando la realidad, la rutina, la persona en sí misma es mucho más valiosa que la imagen preconcebida. Así que, aun estando “enamorados”, sólo se hace el amor cuando se pasa la fase de enamoramiento.
Por poco que me importe que me llamen inmoral, sí pienso que es importante hacer énfasis en un asunto primordial. Mi intención no es alentar el sexo irresponsable, y llamo irresponsable al sexo que atenta contra la dignidad del “yo” de cada persona. Yo no creo que la actitud hembrista de algunas mujeres, que cosifican al hombre con quien tienen sexo, sea el estado ideal de la mujer. Lo que sí creo, muy a pesar de los moralistas a quienes les encanta pelear conmigo, es que la mujer –al igual que el hombre- es un ser sexual, con necesidades sexuales que deben ser satisfechas o, de lo contrario, se produce la histeria. Para ilustrar esto último, les recuerdo que en el siglo XVIII las damas recurrían al médico de cabecera de la familia para ser atendidas por diversos malestares que incluían, entre otros, cambios de humor severos, intensos dolores de cabeza y sudoración. Los médicos descubrieron que un masaje clitorideal, es decir, masaje directo al clítoris, provocaba en la mujer un fuerte espasmo, precedido por el alivio de los síntomas. Según el historiador del sexo, Michael Foucault, las mujeres iban al médico al menos mensualmente para atender esta “enfermedad”. Luego de este breve repaso de historia, creo que podemos estar de acuerdo en algo, las mujeres necesitan un orgasmo de vez en cuando ¿o no? Para los curiosos, les agrego algo más de historia. Con el paso del tiempo, se inventaron enormes aparatos que aliviaban al médico de tan molesta tarea de masajear el clítoris de sus pacientes, lo cual hacía de rodillas, llevando su mano por debajo del vestido hacia la zona vaginal, durante unos cuantos minutos. Esos aparatos mecánicos se fueron transformando con el paso del tiempo hasta convertirse en lo que hoy se conoce como vibrador.
Si coincidimos que la mujer necesita tener sexo, aunque sólo sea por una cuestión de salud psíquica, no es entonces inmoral pensar que la mujer tiene derecho de tener control sobre su vida sexual y puede decidir cuándo y con quién lo hace. La mujer no necesita justificar con nada, y menos con amor, la prevención de una enfermedad llamada histeria, eso si queremos dejarlo en el ala médica de la discusión. Pero yendo más allá. El amor es una de las ideas más prostituidas de la humanidad: se hacen guerras por amor (pregúntenle a los troyanos), se mata por amor, se muere por amor… ¿y también se coge por amor? Creo que mejor dejamos tranquilo al amor un rato.
¿Haciendo el amor?
Viernes en la noche. Después de tomar vino durante toda la tarde, después de dos habanos y varias copas más de tinto, escucho a esta chica diciendo “yo nunca he tenido sexo por sexo, siempre he hecho el amor”. Y lo decía con orgullo a sus seguramente más de treinta años, como con un extraño aire de superioridad moral, como si en verdad creyera que eso es lo máximo. Me dio tristeza.
Si algo he aprendido de escuchar las historias de los demás, es que incluso estando enamorado, es rico tener sexo por sexo, la tiradita, seguir el instinto animal. No importa cuántos años de matrimonio tengan encima, y mientras más años tengan, parece ser más rica la tiradita que “hacer el amor”.
Lo triste del asunto es que las mujeres tienen metido en la cabeza que para poder tener contacto sexual deben estar enamoradas. Ergo, una dama no echa un polvo, hace el amor. Las putas son las que “se dejan coger” sin sentimientos de por medio. Claro está que después de que se termina la relación con el hombre del cual están enamoradas, tienen que encontrar a otro de quién enamorarse, otro a quién cargar con toda la lujuria que llevan acumulada por meses y disfrazarla de amor.
Es común, entonces, encontrarse con amigas que siempre están conociendo a alguien que es distinto, que las hace sentir como nunca nadie las había hecho sentir, que están seguras que el tipo es especial, que las hace reír, que de verdad les para bolas, que tiene algo que el imbécil que las dejó no tenía. Luego, están enamoradas. Ya pueden “hacer el amor”.
Las mujeres viven tratando de justificar sus “pecados” con un enamoramiento inventado. Como a nadie le gusta estar solo y el contacto físico es tan necesario, llenan de virtudes a cada monigote que conocen y que aparentemente llena sus expectativas para enamorarse de él. Después viene el drama, otro de los conceptos fundamentales en las relaciones femeninas y que durante años se ha convertido en uno de los tantos paradigmas de las relaciones, porque el sufrimiento es convertido en medida del amor. “Si logramos superar esto nadie podrá separarnos”.
Como mujeres tenemos el reto de evaluar los paradigmas sociales con los que hemos sido formadas. Algunos son buenos, otros no. Pero la olla de presión en la que se ha convertido el ser de la mujer moderna, hace necesario replantear las necesidades reales y los medios para satisfacerlas. El sexo casual no es condenatorio, el sexo no tiene que estar ligado con el amor y el amor necesita al sexo para mantenerse caliente. Así que chicas, dejen de buscar la medida correcta para ver cuándo pueden acostarse con ese tipo que les da tanta nota, háganlo y listo. Si después de eso no las vuelven a llamar, alégrense, se salvaron de tener una relación imaginaria con un cavernícola que estaban vistiendo de príncipe. Y recuerden, quien coge no es el hombre ¡es la mujer!
Si algo he aprendido de escuchar las historias de los demás, es que incluso estando enamorado, es rico tener sexo por sexo, la tiradita, seguir el instinto animal. No importa cuántos años de matrimonio tengan encima, y mientras más años tengan, parece ser más rica la tiradita que “hacer el amor”.
Lo triste del asunto es que las mujeres tienen metido en la cabeza que para poder tener contacto sexual deben estar enamoradas. Ergo, una dama no echa un polvo, hace el amor. Las putas son las que “se dejan coger” sin sentimientos de por medio. Claro está que después de que se termina la relación con el hombre del cual están enamoradas, tienen que encontrar a otro de quién enamorarse, otro a quién cargar con toda la lujuria que llevan acumulada por meses y disfrazarla de amor.
Es común, entonces, encontrarse con amigas que siempre están conociendo a alguien que es distinto, que las hace sentir como nunca nadie las había hecho sentir, que están seguras que el tipo es especial, que las hace reír, que de verdad les para bolas, que tiene algo que el imbécil que las dejó no tenía. Luego, están enamoradas. Ya pueden “hacer el amor”.
Las mujeres viven tratando de justificar sus “pecados” con un enamoramiento inventado. Como a nadie le gusta estar solo y el contacto físico es tan necesario, llenan de virtudes a cada monigote que conocen y que aparentemente llena sus expectativas para enamorarse de él. Después viene el drama, otro de los conceptos fundamentales en las relaciones femeninas y que durante años se ha convertido en uno de los tantos paradigmas de las relaciones, porque el sufrimiento es convertido en medida del amor. “Si logramos superar esto nadie podrá separarnos”.
Como mujeres tenemos el reto de evaluar los paradigmas sociales con los que hemos sido formadas. Algunos son buenos, otros no. Pero la olla de presión en la que se ha convertido el ser de la mujer moderna, hace necesario replantear las necesidades reales y los medios para satisfacerlas. El sexo casual no es condenatorio, el sexo no tiene que estar ligado con el amor y el amor necesita al sexo para mantenerse caliente. Así que chicas, dejen de buscar la medida correcta para ver cuándo pueden acostarse con ese tipo que les da tanta nota, háganlo y listo. Si después de eso no las vuelven a llamar, alégrense, se salvaron de tener una relación imaginaria con un cavernícola que estaban vistiendo de príncipe. Y recuerden, quien coge no es el hombre ¡es la mujer!
Debates viejos, ideas nuevas
Quienes hemos tenido la oportunidad de leer un poco de historia, sabemos de sobra que los intentos de aplicar las teorías marxianas en el mundo real han terminado creándole al mundo más problemas que soluciones, sin contar con todos los enemigos innecesarios que le han ganado al pensador alemán.
Esas revoluciones socialistas que ha vivido el mundo, han estado manchadas de sangre, marcadas por la supresión de la libertad de expresión y de otras muchas libertades; han generado más pobreza y desigualdad –interna y externa- de la que pensaban combatir. El socialismo ha fracasado y seguirá fracasando mientras sus impulsores empleen la fuerza y la manipulación para coartar lo más sagrado que tiene el ser humano: la libertad.
No obstante, quienes pensamos, quienes logramos hacer más de dos sinapsis al día, sabemos que el capitalismo también ha fracasado y ha degenerado en múltiples injusticias sociales que terminan replanteando el mismo debate que inútilmente ha librado la humanidad por más de un siglo: capitalismo vs socialismo.
Las sociedades occidentales han disfrutado de libertades políticas y económicas durante largas décadas. Se ha defendido y mantenido la propiedad privada, se ha enarbolado la bandera de hombres libres en sociedades que apuntan hacia el libre mercado; se han invertido cuantiosos recursos para suprimir la pobreza, pero la humanidad es hoy menos libre y más pobre.
Recientemente me enteré que existen teléfonos celulares a través de los cuales se puede ver programas de televisión. No suelo estar muy enterada de los avances tecnológicos. Me sorprendió saber que en la sociedad de hoy existan tantas y tan diversas formas de freírse el cerebro. Ya no es necesario llegar a casa a ver TV, ahora es posible llevársela a cualquier parte.
En el mismo orden de ideas, no hace mucho vi un programa de innovaciones tecnológicas donde presentaban unos zapatos que traen incorporado un sistema para escuchar música; con audífonos o cornetas. Como si ya la sociedad no se hubiese vuelto lo suficientemente ruidosa...
Esos pequeños detalles, deprimentes para mí, me hacen repensar una y otra vez mi posición ante los valores capitalistas, e incluso los liberales. Yo creo en la propiedad privada y en la libre elección del destino de los recursos de cada individuo, pero… Existen millones de seres humanos en el mundo que no tienen agua potable, que no tienen techo, comida, ropa, educación, salud, etc. Durante décadas la humanidad ha invertido una cantidad impresionante de dinero y recursos humanos para ayudar a las víctimas de la pobreza y, sin embargo, cada día hay más pobres. Obviamente, los recursos que se invierten para combatir la pobreza no han dado los frutos esperados o no se han sabido invertir o han sido insuficientes. Por otra parte, en materia de salud, resulta insólito saber que existen millones de personas en el mundo que aún mueren de disentería, gripe o malaria. ¿Qué es más costoso, una vacuna, el tratamiento de la enfermedad, o la vida de un ser humano? Seamos realistas, mantener vivos a ese montón de gente improductiva debe ser bien oneroso. Y muchos son improductivos porque sus cuerpos no tienen la fuerza mínima para mantenerse en pie… pero se reproducen, aunque en el parto mueran la madre y el niño, se reproducen.
Entonces, en el sistema capitalista se invierten millones de dólares anuales para desarrollar nuevas tecnologías que permitan embrutecer cada vez más rápido al hombre y a la vez se destinan no tantos dólares para combatir la pobreza, para aliviar los síntomas, para taparle un poco lo feo, como para que se diga que se está haciendo algo.
La lógica capitalista establece que donde hay una oportunidad de mercado el capitalista entra y la explota. Si hay celulares con TV es porque hay un mercado para ello; si hay zapatos con música es porque hay agentes económicos dispuestos a pagar por ellos. El sistema funciona así, ve una necesidad y la satisface… o ve una oportunidad y crea una necesidad para luego satisfacerla.
Yo no tengo nada en contra de los ricos, al contrario, me gustan los ricos, me caen bien. El asunto es que es imposible dejar de reconocer que el capitalismo ha creado tantas necesidades ficticias, ha generado tanta desigualdad social y tanta frustración en los seres humanos, que desgraciadamente hemos llegado al punto de retorno histórico donde la humanidad vuelve a acariciar la idea del socialismo como posible solución a todas las injusticias sociales. Después de todo lo que se vivió para dar fin a las atrocidades que los gobiernos socialistas cometieron en sus países, la idea del mundo perfecto socialista vuelve a asomar la cabeza en las mentes de los pueblos y, más peligroso aún, en la mente de los intelectuales. No podemos olvidar que las revoluciones no las hacen las masas, las revoluciones empiezan en las élites y luego entra la masa y hace su papel.
Algunos países de América Latina están viviendo su “experiencia socialista”. A un nivel mucho más modesto, Venezuela trata de jugar a ser lo que antaño fuera la Unión Soviética y no sólo le lleva el mensaje a los “pueblos oprimidos”, también le lleva los recursos materiales. Las desigualdades sociales en la Región han abierto el camino a la izquierda latinoamericana para replantearse la nueva forma de socialismo adaptada a las realidades propias, para no cometer los mismos errores que los rojos del eje oriental de Europa. Los pueblos han seguido el llamado de sus líderes y muchos “intelectuales” a nivel mundial han aplaudido este valiente intento de acabar con la pobreza. Pero sabemos que el remedio será peor que la enfermedad, porque estos intentos de socialismo latinoamericano han cometido los mismos errores que sus antecesores, han limitado la libertad de expresión, han atentado contra la propiedad privada, han dividido la sociedad en aliados y enemigos, aunque debe reconocérseles que lo han hecho con una dosis de inteligencia maligna que asusta, pues definitivamente entendieron que hacer su revolución a la misma velocidad de la cubana les iba a traer rápidamente enemistades inútiles. En Venezuela, por ejemplo, la libertad es una palabra, no un hecho. Es alquilada, no es propia, no se puede hacer con ella lo que plazca. Se ostenta mientras quienes están en el poder no deciden tomarla. Si eres leal, te permiten ser libre en aquella parcela que decida el gobernante; cuando dejas de ser fiel te la arrebatan y te cobran su uso. Ese es el costo que está pagando la sociedad venezolana por el voto que le dio la mayoría al sueño de justicia social. Hay quienes piensan que es poco, comparado con el beneficio de darle de comer a una mayoría hambrienta que ha demostrado ser incapaz de sobrevivir en un sistema diferente.
El sistema capitalista, y quienes disfrutamos de sus beneficios, estamos obligados a pensar –cada quien en su propio ámbito de acción- de qué manera podemos contribuir a corregir los errores del sistema. Probablemente sea menos lo que puede hacer un mortal clase media como Yo que lo que puede hacer un gran empresario, pero lo cierto es que por muy pequeña que sea la contribución, poco es más que nada. El socialismo está ahí, en nuestras caras, y quienes crean que eso no puede pasar en su país, revisen la historia de Venezuela, quizá el país con menos probabilidades de vivir esta realidad.
Pienso que es hora de que el capitalismo se enserie y se adapte a la nueva realidad mundial, que vea a esa mayoría que vive en pobreza, que no tiene educación, etc., como algo más que potenciales consumidores. Yo, radical como siempre he sido, creo que si la sociedad occidental, más específicamente los capitalistas, están de acuerdo con que se inviertan más recursos en avances tecnológicos para el ocio que en salud, educación o simplemente para llevar agua y electricidad a los millones de habitantes del mundo que viven si ella, deberíamos repensar si se deberían seguir enviando alimentos y medicinas a los países que viven azotados por hambrunas desde que, al menos Yo, tengo uso de razón. Vamos a sincerarnos, esa gente nunca va a salir de la pobreza con una comida al día y un par de pastillas para la diarrea. Tal vez es mejor dejarlos que se mueran e invertir los recursos en algo más productivo, además, así no votan y no pueden ser manipulados por líderes mesiánicos.
Suena horrible ¿verdad? Espero que lo piensen.
Esas revoluciones socialistas que ha vivido el mundo, han estado manchadas de sangre, marcadas por la supresión de la libertad de expresión y de otras muchas libertades; han generado más pobreza y desigualdad –interna y externa- de la que pensaban combatir. El socialismo ha fracasado y seguirá fracasando mientras sus impulsores empleen la fuerza y la manipulación para coartar lo más sagrado que tiene el ser humano: la libertad.
No obstante, quienes pensamos, quienes logramos hacer más de dos sinapsis al día, sabemos que el capitalismo también ha fracasado y ha degenerado en múltiples injusticias sociales que terminan replanteando el mismo debate que inútilmente ha librado la humanidad por más de un siglo: capitalismo vs socialismo.
Las sociedades occidentales han disfrutado de libertades políticas y económicas durante largas décadas. Se ha defendido y mantenido la propiedad privada, se ha enarbolado la bandera de hombres libres en sociedades que apuntan hacia el libre mercado; se han invertido cuantiosos recursos para suprimir la pobreza, pero la humanidad es hoy menos libre y más pobre.
Recientemente me enteré que existen teléfonos celulares a través de los cuales se puede ver programas de televisión. No suelo estar muy enterada de los avances tecnológicos. Me sorprendió saber que en la sociedad de hoy existan tantas y tan diversas formas de freírse el cerebro. Ya no es necesario llegar a casa a ver TV, ahora es posible llevársela a cualquier parte.
En el mismo orden de ideas, no hace mucho vi un programa de innovaciones tecnológicas donde presentaban unos zapatos que traen incorporado un sistema para escuchar música; con audífonos o cornetas. Como si ya la sociedad no se hubiese vuelto lo suficientemente ruidosa...
Esos pequeños detalles, deprimentes para mí, me hacen repensar una y otra vez mi posición ante los valores capitalistas, e incluso los liberales. Yo creo en la propiedad privada y en la libre elección del destino de los recursos de cada individuo, pero… Existen millones de seres humanos en el mundo que no tienen agua potable, que no tienen techo, comida, ropa, educación, salud, etc. Durante décadas la humanidad ha invertido una cantidad impresionante de dinero y recursos humanos para ayudar a las víctimas de la pobreza y, sin embargo, cada día hay más pobres. Obviamente, los recursos que se invierten para combatir la pobreza no han dado los frutos esperados o no se han sabido invertir o han sido insuficientes. Por otra parte, en materia de salud, resulta insólito saber que existen millones de personas en el mundo que aún mueren de disentería, gripe o malaria. ¿Qué es más costoso, una vacuna, el tratamiento de la enfermedad, o la vida de un ser humano? Seamos realistas, mantener vivos a ese montón de gente improductiva debe ser bien oneroso. Y muchos son improductivos porque sus cuerpos no tienen la fuerza mínima para mantenerse en pie… pero se reproducen, aunque en el parto mueran la madre y el niño, se reproducen.
Entonces, en el sistema capitalista se invierten millones de dólares anuales para desarrollar nuevas tecnologías que permitan embrutecer cada vez más rápido al hombre y a la vez se destinan no tantos dólares para combatir la pobreza, para aliviar los síntomas, para taparle un poco lo feo, como para que se diga que se está haciendo algo.
La lógica capitalista establece que donde hay una oportunidad de mercado el capitalista entra y la explota. Si hay celulares con TV es porque hay un mercado para ello; si hay zapatos con música es porque hay agentes económicos dispuestos a pagar por ellos. El sistema funciona así, ve una necesidad y la satisface… o ve una oportunidad y crea una necesidad para luego satisfacerla.
Yo no tengo nada en contra de los ricos, al contrario, me gustan los ricos, me caen bien. El asunto es que es imposible dejar de reconocer que el capitalismo ha creado tantas necesidades ficticias, ha generado tanta desigualdad social y tanta frustración en los seres humanos, que desgraciadamente hemos llegado al punto de retorno histórico donde la humanidad vuelve a acariciar la idea del socialismo como posible solución a todas las injusticias sociales. Después de todo lo que se vivió para dar fin a las atrocidades que los gobiernos socialistas cometieron en sus países, la idea del mundo perfecto socialista vuelve a asomar la cabeza en las mentes de los pueblos y, más peligroso aún, en la mente de los intelectuales. No podemos olvidar que las revoluciones no las hacen las masas, las revoluciones empiezan en las élites y luego entra la masa y hace su papel.
Algunos países de América Latina están viviendo su “experiencia socialista”. A un nivel mucho más modesto, Venezuela trata de jugar a ser lo que antaño fuera la Unión Soviética y no sólo le lleva el mensaje a los “pueblos oprimidos”, también le lleva los recursos materiales. Las desigualdades sociales en la Región han abierto el camino a la izquierda latinoamericana para replantearse la nueva forma de socialismo adaptada a las realidades propias, para no cometer los mismos errores que los rojos del eje oriental de Europa. Los pueblos han seguido el llamado de sus líderes y muchos “intelectuales” a nivel mundial han aplaudido este valiente intento de acabar con la pobreza. Pero sabemos que el remedio será peor que la enfermedad, porque estos intentos de socialismo latinoamericano han cometido los mismos errores que sus antecesores, han limitado la libertad de expresión, han atentado contra la propiedad privada, han dividido la sociedad en aliados y enemigos, aunque debe reconocérseles que lo han hecho con una dosis de inteligencia maligna que asusta, pues definitivamente entendieron que hacer su revolución a la misma velocidad de la cubana les iba a traer rápidamente enemistades inútiles. En Venezuela, por ejemplo, la libertad es una palabra, no un hecho. Es alquilada, no es propia, no se puede hacer con ella lo que plazca. Se ostenta mientras quienes están en el poder no deciden tomarla. Si eres leal, te permiten ser libre en aquella parcela que decida el gobernante; cuando dejas de ser fiel te la arrebatan y te cobran su uso. Ese es el costo que está pagando la sociedad venezolana por el voto que le dio la mayoría al sueño de justicia social. Hay quienes piensan que es poco, comparado con el beneficio de darle de comer a una mayoría hambrienta que ha demostrado ser incapaz de sobrevivir en un sistema diferente.
El sistema capitalista, y quienes disfrutamos de sus beneficios, estamos obligados a pensar –cada quien en su propio ámbito de acción- de qué manera podemos contribuir a corregir los errores del sistema. Probablemente sea menos lo que puede hacer un mortal clase media como Yo que lo que puede hacer un gran empresario, pero lo cierto es que por muy pequeña que sea la contribución, poco es más que nada. El socialismo está ahí, en nuestras caras, y quienes crean que eso no puede pasar en su país, revisen la historia de Venezuela, quizá el país con menos probabilidades de vivir esta realidad.
Pienso que es hora de que el capitalismo se enserie y se adapte a la nueva realidad mundial, que vea a esa mayoría que vive en pobreza, que no tiene educación, etc., como algo más que potenciales consumidores. Yo, radical como siempre he sido, creo que si la sociedad occidental, más específicamente los capitalistas, están de acuerdo con que se inviertan más recursos en avances tecnológicos para el ocio que en salud, educación o simplemente para llevar agua y electricidad a los millones de habitantes del mundo que viven si ella, deberíamos repensar si se deberían seguir enviando alimentos y medicinas a los países que viven azotados por hambrunas desde que, al menos Yo, tengo uso de razón. Vamos a sincerarnos, esa gente nunca va a salir de la pobreza con una comida al día y un par de pastillas para la diarrea. Tal vez es mejor dejarlos que se mueran e invertir los recursos en algo más productivo, además, así no votan y no pueden ser manipulados por líderes mesiánicos.
Suena horrible ¿verdad? Espero que lo piensen.
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