El objetivo de cualquier ser humano medianamente racional es la felicidad. Todo el mundo quiere ser feliz y desea llevar una buena vida. Me atrevería a asegurar que, aparte de los libros obligatorios para el colegio, la literatura que más demanda tiene es la denominada de autoayuda. De un tiempo para acá las personas se encuentran en una búsqueda interminable de fórmulas y conceptos que los ayuden a ser felices. Hay una especie de conciencia generalizada de que, a pesar de los logros que puedan haber alcanzado, no se ha logrado esa felicidad que prometían las cuñas de resorts, tarjetas de crédito y teléfonos celulares. Sí, se tiene la más avanzada tecnología, se tiene la tarjeta platinum, se tiene la capacidad de consumo, pero se carece de recursos para disfrutarla.
Durante años las personas han asociado capacidad de consumo con felicidad y así como consumen cosas se consumen amigos, amores, familia, arte, tiempo libre y todo lo que forme parte del entorno. Se va al lugar de moda porque está de moda, se sale con los amigos a beber para evadir el estrés del trabajo no para compartir, se va a un museo y se ven las obras como vitrinas de centros comerciales no para vivir la experiencia del arte, se tiene sexo para drenar la libido no para compartir amor. Luego se compra un librito de Deepak Chopra para ver si encuentran un camino que les lleve a la felicidad, que les ayude a llenar ese vacío que sienten y que son incapaces de enfrentar concientemente, consumen el libro y vuelven a su habitual ritmo de vida sin lograr que la filosofía para bobos les resuelva el problema. No existen métodos universales para ser feliz, al menos eso pienso Yo. Los efectos de las fórmulas mágicas duran poco por la sencilla razón de que cada ser humano es único y especial.
Paradójicamente las personas saben qué le agrada al jefe, qué hace feliz a los hijos, qué alegra a la pareja, qué satisface a cada persona que "necesitan" complacer en un momento determinado para un fin determinado, pero a quien menos se conoce es a sí mismo. El ser humano no sabe qué cosas lo hacen realmente feliz, creen que es aquello que todo el mundo señala como agentes de felicidad y que se vende en el mercado a precios que sólo un gran esfuerzo puede comprar; entonces trabajan sin descanso, obtienen los recursos, van y lo compran, pero en muchos casos siquiera tienen tiempo de disfrutarlo y si logran hacerlo se dan cuenta que de todos modos no son lo suficientemente felices. Entonces tratan de averiguar cómo fue que el monje vendió el Ferrari, cómo hizo el otro para averiguar quién se llevó su queso o para ver cómo es que se prepara una sopa de pollo para el alma.
Yo pienso que así como se dedica tiempo y esfuerzo para conocer a otro ser humano y saber qué lo complace, así como se busca descubrir a la persona que nos gusta para conquistarle, es necesario invertir tiempo y energía para conocerse a sí mismo. De la misma forma en que se busca satisfacer las necesidades de la pareja y de la empresa, porque se sabe que existe la posibilidad de ser sustituido, los seres humanos deben conocer cuáles son las pequeñas cosas que lo hacen realmente feliz y que hacen que cada minuto sea único e inolvidable. No se olvide que a la primera persona que el hombre sustituye es a sí mismo, se cambia por otro, por ese que parece calar perfectamente en la identidad corporativa o por el simpático que le cae bien a todo el mundo o quizá por el conquistador o por el arriesgado. El hombre se sustituye a sí mismo porque no se conoce, porque ignora lo feliz que puede ser consigo mismo, con sus virtudes y sus defectos, porque quizá no sabe lo sencillo que es hacerse feliz y parece más fácil complacer al borrego social que se conforma con lo que tiene valor de mercado.
Jesús dijo a sus apóstoles "Amad a vuestro prójimo como a si mismo", hoy Yo os digo: Trataos a vosotros mismos como os gustaría ser tratados por vuestro prójimo.
Adriana Pedroza
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