Thursday, April 20, 2006

De Auschwitz a Venezuela: Viaje a través del discurso y la psiquis. (01/02/05)

El 27 de enero se celebraron sesenta años de la liberación de los prisioneros del campo de concentración más famoso de la historia: Auschwitz.

Palabras sabias del secretario general de las Naciones Unidas señalaban que después de las atrocidades cometidas por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, el mundo no había logrado evitar los genocidios de Camboya, Ruanda y la antigua Yugoslavia. Peor aún, parece que el mundo se niega a entender cuál es el problema básico que precedió la Solución Final a la cuestión judía y a las atrocidades que el mismo Annan señalaba en sus declaraciones.

Veamos, Alemania es un país grandioso, con una historia cultural que abriga nombres insignes como Leibniz, Beethoven, Nietzsche, Schopenhauer, Bach, Goethe, entre tantos. ¿Cómo un pueblo, con un legado cultural tan rico, llega a un estado mental que le impide diferenciar el bien del mal? ¿cómo se llega a maltratar, incluso hasta matar, a otra persona sólo porque un líder dice que son diferentes? ¿qué tenían en común todas las sociedades alemanas de esa época, con la Rusia de Stalin, con la Croacia de los 90? Ese algo ¿está presente en la sociedad de hoy?

Hagamos un breve repaso.

Los alemanes que participaron en la Kristallnacht (noche de los cristales rotos) del 9 al 10 de noviembre de 1938, cuando quemaron, destruyeron y saquearon propiedades judías, no estaban drogados, no estaban ebrios, actuaban sin ningún tipo de sustancia en su cuerpo que bloqueara su "razón". Estaban "sanos", sólo actuaban impulsados por un deseo: destruir todo lo que fuera judío. Los alemanes estaban absolutamente alienados a la causa nazi, al líder de su patria. Las palabras y deseos del partido nazi eran la droga de la nación.

Luego de la derrota en la Primera Guerra Mundial, las imposiciones de los aliados llevaron al país vencido a una situación económica que estaba acabando con la vida de los alemanes. Casi toda la producción del país terminaba en manos de los vencedores para pagar los crímenes de guerra, ejerciendo presión no sólo a nivel económico, sino a nivel social. El hambre, acompañada de la frustración y el odio hacia todos aquellos que dejaban sin recursos al pueblo alemán, fue la plataforma perfecta para el nacimiento de un líder que "salvaría la patria de las garras extranjeras". Hitler fue apoyado por las más altas esferas de la sociedad alemana, quienes pensaron que se podían aprovechar de su capacidad de liderazgo para el provecho de los ricos y poderosos, para que Alemania volviera a ser el país que era y ellos pudiesen ocupar la posición social que les correspondía; esa fue la razón por la que la burguesía alemana apoyó al incipiente Führer. Lo que ellos no se esperaban era que, a la vuelta de la esquina, el sujeto los utilizara a ellos y los destruyera cuando dejaban de servirle. Si esto le suena familiar con la realidad que está viviendo, espere, porque aún hay más.

Hitler nunca escondió su odio por los judíos; de hecho, en su pésimo libro Mein Kampf, escrito durante su detención en 1924, habla claramente de su antisemitismo. Por otra parte, como todo líder mesiánico, él estaba convencido de su buena voluntad y criticaba lo poco que hacían los demás por su pueblo: "Ya entonces advertí que el único recurso capaz de mejorar las cosas consistía en emplear un método doble: por una parte, una sensación profunda de responsabilidad social, a fin de crear mejores principios para nuestro desarrollo; y por la otra, una determinación despiadada de destruir todas aquellas excrecencias que no pudieran remediarse". Esta es una cita del mencionado libro, aparentemente bastante popular hasta nuestros días, con una que otra variación, pero en general se parece mucho a lo que he escuchado en los últimos años. Más adelante dice "La psiquis de la masa popular no es sensible a nada que tenga sabor a debilidad (...) el pueblo prefiere el gobernante al suplicante y siente mayor satisfacción íntima por las doctrinas que no toleran rivales (...) Sólo ve la energía despiadada y la brutalidad de su lenguaje, ante el cual acaba finalmente por inclinarse". Este es el lenguaje característico de los líderes alienantes, este es el discurso que con más o menos maquillaje han repetido todos los tiranos del siglo XX y XXI ¿qué se hace para cerrarles el paso?

Luego de la Noche de los cristales rotos la comunidad internacional condenó las acciones del gobierno alemán, pero no hicieron nada más. Durante la segunda mitad de los noventa la misma comunidad internacional condenó las matanzas en los campos de concentración serbios y fue sólo después de que decenas de miles murieron cuando la condena internacional se materializó en ayuda a las víctimas del régimen de Milosevic. La Comunidad Internacional siempre llega tarde; no actúan hasta que el número de víctimas es aberrante.

Varias décadas atrás, Alejandro II, zar de Rusia, implantó una serie de reformas en su país para evitar derramamientos de sangre; convenció a la burguesía rusa de la necesidad de liberar a los esclavos, estaba dispuesto a hacer aún más reformas y fue asesinado por los rebeldes que querían la desaparición de la monarquía. Esos mismos rebeldes que fueron la semilla ideológica de los bolcheviques, que querían sangre, caos, revolución armada. Hasta donde sé Marx no habló de tomar el poder por las armas, pero Lenin, sus predecesores y descendientes, convencieron al pueblo ruso que esa era la única manera de hacer valer sus derechos. Lo demás es historia. Otro pueblo alienado que endiosa a un hombre y le cede todo el poder para hacer con ellos y con el futuro lo que éste desee. Las órdenes del líder son obedecidas sin preguntas, miles mueren, porque al régimen le parecen peligrosos. Un hombre dice quién merece vivir y quién no; el pueblo no piensa, sólo obedece. Los militares llevan a cabo las órdenes del líder con la mayor brutalidad posible para demostrarle lealtad y ganarse su simpatía, no piensan, sólo ejecutan.

Una mente realmente sana no sigue una tendencia sin preguntarse por qué y para qué. Una mente sana evalúa la propuesta según su escala de valores y luego decide si seguirla o no y hasta dónde. Un pueblo sano mentalmente no se deja seducir por discursos que promueven la división de la sociedad en buenos y malos; un pueblo alienado permite la división y culpa al otro bando de todos sus problemas y, al ser ese grupo el origen del mal, debe ser destruido.

Lo aterrador es que el mundo actual está alienado. El hombre moderno vive constantemente en un proceso de enajenación con su entorno, y no sólo en los países pobres o del tercer mundo, este proceso se ve también en los países desarrollados. El hombre de hoy es presa fácil del dominio externo, sea éste político, económico, religioso o de cualquier otro tipo. Día a día la psiquis colectiva se va haciendo cada vez más vulnerable a la necesidad de pertenencia y esto hace que pueblos enteros caigan seducidos ante líderes carismáticos que les hablen "como nunca nadie les ha hablado". El enemigo a combatir no son los líderes tiránicos, el enemigo está en la mente de los hombres, en esa pieza psicológica que encaja con el discurso y arma la bomba, en el temor a la exclusión, en el miedo a la libertad. Esto no es ninguna novedad, ya lo habría dicho Erich Fromm hace más de cincuenta años, pero parece que a nadie le importó o no le creyeron.

Hace años el hombre busca alivio para sus carencias y la modernidad le ha dado el bálsamo, pero lo ha hecho más sensible al miedo a la soledad. La educación que recibe el ser humano lo prepara para ser alienado, el ritmo de vida del hombre moderno es alienante. Nadie está haciendo nada por esto. Pocos pueden creer que Auschwitz podría ser sólo la punta de un iceberg al que la humanidad se está acercando peligrosamente, porque el germen está en la mente de los hombres, la necesidad de alienación está latiendo en los corazones de los pueblos y ese sentido de invalidez hará surgir líderes que hagan parecer a Stalin, Hitler y Franco como unos niños de pecho. ¿Qué podemos hacer? No lo sé, pero al menos Yo pretendo pensar y advertir, porque vivo en un país donde los discursos del tipo Hitler, que terminaron haciendo de Auschwitz un símbolo de horror, están calando en la psiquis del pueblo venezolano, que lleva seis años escuchando a un líder dividir el país entre buenos y malos. Ya el bando contrario al líder tiene varios muertos encima y, como siempre, la Comunidad Internacional sólo condena esas muertes, que aún no son suficientes. Pero para los que no olvidamos la historia, sabemos que esto es sólo el principio.

Adriana Pedroza

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