Todos, eventualmente, hacemos cosas que nos hacen sentir idiotas y que nos dejan una amarga sensación que se asemeja a la náusea. Hoy, Yo hice una idiotez de las grandes: trabajo social.
Aclaro de entrada que no estoy denigrando el trabajo social, al contrario, lo considero necesario y urgente, y felicito a las personas que tienen vocación para ello; pero que una persona como Yo se meta en una guardería de un barrio...¡eso sí es idiotez!
Casi obligada por un grupo de altruistas, decidí acompañarles a un populoso sector caraqueño para cuidar niñitos pobres. Yo salí de mi centro de paz, abandonando libros y buena música, para adentrarme en una realidad que -definitivamente- no veo como la ve la mayoría de las personas con las que compartí la tétrica experiencia.
Compartiré con vosotros lo que Yo vi. Llegaban niños desaseados y con la ropa deteriorada a su primer centro de encuentro social, de la mano de mujeres -la mayoría muy jóvenes- con el manicure y el pedicure impecables, muchas con el cabello bien arreglado y terriblemente perfumadas, pero era evidente que usaban algún tipo de perfume. Los hijos de estas mujeres verdaderamente producían lástima, algunas de mis compañeras tomaron aguja e hilo para coser uno que otro hueco de la ropa sucia que tenían puesta. El cabello de los niños delataba unos cuantos días de falta de baño y el olor que emanaban opacaba la lástima que pudiese haber sentido y la transformaba en asco. Incluso para mi conciencia es un poco duro debatirse entre sentir compasión por un niño en estas condiciones y sentir asco de tomarle la mano o acariciarle el cabello.
A lo largo del día se veían las cajas de cerveza por doquier. La "música" (o eso que ellos llaman música) no permitía hacer ninguna actividad con los niños, para estos pequeños concentrarse en una idea, por más pequeña que sea, es realmente difícil. Muchos de esos hombres que se paseaban el barrio con botellas y cajas de licor, serían los padres de alguno de esos niños que llegaron en la mañana sin desayunar, que quizá no habían cenado la noche anterior y que ni siquiera se habían bañado en varios días.
Pero más patético que el mismo cuadro de pobreza al que me sometí hoy, fue escuchar a mis altruistas compañeros decir "¿qué les puedes exigir a esas personas? ellos no han tenido las mismas oportunidades que nosotros"... En ese momento, justo en ese momento, experimenté el grado de ira más elevado del día. Ni el maldito vallenato del barrio que me tuve que calar todo el día pudo hacerme enfurecer tanto como esa afirmación. ¡Por eso es que nunca vamos a ser una sociedad decente! porque durante décadas los pobres han sido pensados y tratados como minusválidos, como retrasados, y muchos de ellos disfrutan de ese trato y le sacan el mejor partido a esa visión generalizada que se tiene de ellos.
Ese cuento de que los pobres deben su situación a la falta de oportunidades es la mentira mejor vendida de la historia, porque si algún país en el mundo disfrutó de movilidad social hasta hace pocos años, ese fue Venezuela. ¡Y para muestra casi todos tendrán un botón familiar! La mayoría de las familias que conozco tienen diferencias sociales internas. La mayoría de las personas que conozco tienen un tío o un hermano pobre, el que no quiso estudiar, el que se conformó, el que esperaba que los hermanos o los padres le "picharan algo". Muchos de los que hoy somos clase media lo somos porque nuestros padres se esforzaron, hicieron sacrificios, trabajaron y estudiaron para mejorar su nivel de vida, y nosotros hicimos lo propio, no nos conformamos con los logros de nuestros antepasados, sino que construimos los nuestros. Cada uno de nosotros se ha ganado el espacio social que hoy ocupa, cada persona en el mundo se labra sus oportunidades, decide si aprovecha las que se presenten y vive con las consecuencias de sus decisiones. La pobreza es una decisión de vida, la riqueza también. Pero no podemos pretender ser una sociedad vivible cuando se trata a la mayoría de la población como retrasados mentales, incapaces de ser asertivos, como si fueran incapacitados, porque el entorno, si bien es cierto que ejerce una influencia extraordinaria en los individuos, no es decisivo; el entorno social lo hacen los individuos y a éste lo afecta el primero.
La pobreza no es una condición exclusivamente material, la pobreza es una condición mental, es coyuntural en la medida que las personas deseen permanecer o salir del núcleo de pobreza. La mayoría de los pobres de hoy no son nuevos, tienen años adoptando el rol de víctimas y disfrutando de las ventajas que la compasión de los otros les genera. No se deje engañar creyendo que ellos no pueden razonar y tomar buenas decisiones, porque lo que ocurre en realidad es que esa visión que la mayoría tiene de ellos ha hecho que permanecer en ese estado sea la decisión que les genera mayor utilidad.
Con todo esto no quiero concluir que ayudar a los pobres sea malo, pero cuando sienta deseos de ayudar, sepa a quién está ayudando, sepa que ese individuo es tan capaz como usted de pensar y de asumir la postura que mejor le convenga en un momento determinado. Recuerde que la luz que ellos disfrutan la paga usted y sus vecinos, pero ellos también votan; recuerde que ellos no pagan impuestos, usted sí, pero mientras usted tiene que hacer magia para obtener su cédula, ellos gozan de bastantes operativos de cedulación. Con la energía eléctrica que usted les paga, ellos hacen ruidosas fiestas toda la noche que le impiden a usted y a sus vecinos dormir. Entonces ¿quién es la víctima?
No deje de ayudar a los pobres, si lo ha hecho siempre, si realmente siente deseos de hacerlo, hágalo, pero trate de que los recursos les lleguen a aquellos que están tratando de labrarse un futuro mejor, a esos para quienes la condición de pobreza es una parte de su camino, pero no su refugio.
Adriana Pedroza
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