El 27 de febrero de 1989 marcó un punto de quiebre en la historia democrática venezolana. El pueblo salió a las calles en contra de las medidas económicas que, dos días antes, dictara el Ejecutivo Nacional. Pero, ese pueblo no era un pueblo pacífico, no estaba protestando democráticamente; aunque espontánea la salida a la calle, hasta cierto punto, la forma que asumió el rechazo al plan de ajuste económico se transformó en delito y, como tal, fue tratado por unos cuerpos de seguridad inexpertos en el control de motines.
Con el respeto que se merecen las víctimas del Caracazo y los familiares de éstas, considero que la comparación que algunas personas hacen entre los muertos de este periodo y los caídos del 11 de abril de 2002, dista mucho de ser realista, justa y lógica. Cuando de justificar barbaridades se trata, los seres humanos son capaces de recurrir a los argumentos más absurdos que la imaginación permita. En el website del canal del gobierno se pueden leer barbaridades relativas al 27 de febrero de 1989 como las que cito a continuación, subrayando aquellas que por su cinismo no se pueden dejar pasar:
El Presidente de la República Bolivariana de Venezuela inició su programa dominical sentenciando que hace 16 años todo comenzó a cambiar en Venezuela, cuando el 27 de febrero de 1989 se vivió una verdadera rebelión popular que intentó ser acallada por la más espantosa represión del gobierno de entonces. Expresó su pesar por la cantidad de venezolanos asesinados durante esa semana de reacción popular nacional.
“El 27 estalló la rebelión pero se extendió toda esa semana… La rebelión fue apagándose tras las ráfagas de la ametralladoras, tras la represión de ese gobierno cuartorepublicano y genocida…”-rememoró el Presidente Chávez, para sentenciar con la contundencia que lo caracteriza:
“Pero desde aquel día todo comenzó a cambiar en Venezuela…”.El Presidente exclamó que 16 años después Venezuela se ha puesto de pie, y sugirió que el mejor tributo que se le puede hacer a quienes fueron muertos durante esas jornadas, es hacer realidad la Patria Buena en memoria de aquellos que regaron su sangre. “Gloria a los caídos y a los mártires”.
¡...!
Dejando las pasiones de lado, recordemos brevemente cómo se produjeron los hechos.
El 25 de febrero de 1989, el entonces Presidente de la República de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, anuncia el programa económico de su mandato, el cual está alineado con los requerimientos del Fondo Monetario Internacional y contiene una serie de medidas urgentes y necesarias para resolver los desórdenes fiscales y monetarios que se habían venido acumulando. Durante esos dos días que transcurren entre el anuncio del "Paquete económico" y el llamado "Caracazo", los medios de comunicación: prensa, radio y televisión, se dedican a presentar todos los aspectos negativos del plan de ajuste, apoyado por las mentes brillantes de los economistas criollos, quienes no hicieron nada más que enfocarse en las consecuencias de corto plazo para las familias.
El 27 de febrero, 48 horas después, un aumento del pasaje del transporte colectivo desemboca en masivos desórdenes en Guarenas y se extiende a Caracas, todo empieza con la quema de las unidades que les prestaban servicio a la comunidad. El rumor se expande rápidamente y llegan las imágenes a través de las cámaras de los canales de televisión. La policía no contaba con la debida preparación para el control de motines, menos aún a esa escala, la situación se hace cada vez más tensa y anárquica y, de una protesta "justa" por el aumento del pasaje, el pueblo pasa al saqueo de establecimientos de expendio de alimentos, algunos de los cuales se decía que estaban acaparando los bienes de la cesta básica -que ya escaseaban en el mercado- esperando a que se publicara en Gaceta Oficial el nuevo régimen de precios. Los acaparadores recibieron su merecido por parte del pueblo, acción que hasta se puede entender si uno se pone en los zapatos de quienes debían llevar comida a su casa y llegaban con las manos vacías porque los comerciantes querían -a toda costa- ganar más de la cuenta.
Pero de lo que se podría justificar por hambre y necesidad, el "glorioso bravo pueblo" lo lleva más allá, y lo más bajo y primitivo de los seres humano sale a flote ese día y los que siguen. No importaba la rama de comercio a que se dedicara cualquier establecimiento, si estaba en el camino, no sólo era saqueado, sino además destruido y hasta quemado. Los años de lucha y sacrificio de muchas personas se vieron reducidos a cenizas o escombros porque "el pueblo" rechazaba las medidas económicas. Lo que empezó como una protesta, fácilmente se transformó en vandalismo y los cuerpos de seguridad respondieron, no como quien debe controlar a un grupo de manifestantes, sino como quien se enfrenta a una horda de delincuentes.
En la tarde del 28 de febrero se dicta una suspensión de las garantías constitucionales en todo el país, se restringe el derecho a la circulación, a la reunión, a la santidad de la morada familiar, entre otros. Cualquier persona que resultara sospechosa podía ser detenida sin derecho a protesta. Por primera vez muchos de nosotros nos enfrentamos con el miedo de no tener derechos y así vivimos un largo mes.
Los resultados son relativamente conocidos por todos. Muchos muertos, aunque quizá nunca se sabrá cuántos; abuso policial, ajusticiamientos, heridos de gravedad, millones en pérdidas económicas y la invaluable pérdida de la inocencia en la sociedad civil. Esa fecha, al menos para mí, marcó una huella indeleble en mi visión del pueblo, porque vi al pueblo robando tiendas de electrodomésticos, de computación, de discos, zapaterías, salones de belleza, joyerías; no hubo nada que quedara en pie ante la arremetida del pueblo, supuestamente hambriento.
Esos que murieron en los saqueos, y a quienes el régimen nombra como mártires del gobierno de Carlos Andrés Pérez, no merecen ser comparados con los demócratas que marcharon a Miraflores con banderas y pitos pidiendo la renuncia de un presidente. Esos, a quienes hoy pretenden hacer ver como las víctimas de la violencia policial de la Cuarta República, no salieron a las calles desarmados gritando consignas; llegaron a los establecimientos con camionetas para salir cargados de mercancía robada, llegaron armados para hacer retroceder a la policía, llegaron con las herramientas necesarias para entrar, robar y destruir.
Ciertamente, y de esto no cabe la menor duda, hubo abuso policial, hubo inocentes que perdieron la vida en los enfrentamientos entre la policía y los delincuentes, hubo exceso por parte de los organismos de seguridad del Estado y no hubo justicia para castigar a los responsables de estos hechos. Así como tampoco hubo justicia para aquellos comerciantes que perdieron su negocio de toda la vida, ni para los familiares de los que decidieron quitarse la vida al ver que lo perdían todo. No hubo justicia para nadie y, para colmo, ahora el régimen quiere hacer ver esta fatídica fecha en la historia venezolana como un momento de lucha revolucionaria.
Esos que perdieron la vida robando, saqueando, matando inocentes, son la representación digna del pueblo revolucionario que hoy aplaude los desvaríos de un líder que se les parece en valores éticos y en proceder. Esos que destruyen los bienes y las vidas de las personas que de verdad luchan y se sacrifican para tener un nivel de vida mejor, son quienes se identifican con un régimen que actúa sin acato a ley y pasa por encima de los verdaderos mártires, destruyendo a su paso todo lo que los obstruya para tener lo que nunca han luchado y no se merecen. A esos, a los que murieron delinquiendo, hoy el gobierno les rinde homenaje; mientras que las muertes de los inocentes que marcharon a Miraflores o los que se reunieron en la Plaza Altamira el 6 de diciembre de 2002, pasa sin pena ni gloria para quienes no merecen ostentar el poder que un pobre pueblo les regaló.
A las familias de los verdaderos inocentes que murieron en esas fechas, mi más sincera palabra de condolencia.
Adriana Pedroza
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