A mí no me gusta mentir, pero a veces lo hago para no tener que dar explicaciones o herir los nobles sentimientos ajenos.
Cada vez que me interrumpen cuando escucho Tannhauser para preguntarme si quiero colaborar con las víctimas de las lluvias, me toca poner cara de pendeja y decir "ya colaboré". En realidad no he colaborado ni pienso hacerlo, pero ni Yo soy capaz de enfrentar los sentimientos de un voluntario con mis argumentos de por qué no es colaboración sino complicidad. A riesgo de que mañana, muy temprano en la mañana, estrene la svastika en mi sala, trataré de explicarles por qué no tengo la más mínima intención de colaborar con los damnificados; ni siquiera porque Primero Justicia ponga a los chicos más bellos de Caracas a pedir colaboración.
En 1999, luego del desastre de la Guaira, acompañado del desastre del referéndum constituyente, este gobierno recibió recursos millonarios en donativos de particulares, empresas y gobiernos de todo el mundo, para la reconstrucción de Vargas. El régimen rechazó la ayuda norteamericana y prefirió a los súper ingenieros cubanos y a algunos genios criollos que, al parecer, no hicieron muy buen trabajo. La tan anunciada "tacita de plata" que sería Vargas en dos años, se quedó en perol de loco. Nadie se hace responsable, parece que todo fue culpa de la naturaleza, el factor humano no juega ningún papel en este gobierno. Miles de millones de bolívares desaparecidos y Vargas, durante cinco años, siguió siendo un desastre. Ahora el desastre se vuelve a convertir en tragedia y la negligencia pide solidaridad con los afectados.
Mientras el gobierno nacional y local hacía desastres en la zona y desastres mayores a los que pudiera hacer la naturaleza, el pueblo varguense votó una y otra y otra vez por la misma gente. A ellos, a los que padecen directamente los desvaríos de sus gobernantes, a ellos que estuvieron en los refugios para damnificados y deben haber visto cómo llegaban las cajas llenas de donaciones y los representantes del oficialismo les escribían MVR con un marcador para luego ir a repartir la comida, a ellos que vieron cómo pasaban los años y su pueblo seguía destrozado, muchos sin servicios, los mismos escombros, los mismos problemas y sin obras concretas del gobierno. Si a ellos no les importó que los funcionarios encargados de hacer las reparaciones y las reconstrucciones de Vargas no hicieran nada y les dieron su voto en cada elección ¿por qué debería a mí importarme? ¿acaso eso no es complicidad? Si los habitantes de Vargas sabían que había más un billón de bolívares destinados a la reconstrucción de la entidad y nunca vieron obras concretas, que en el Estado Vargas nunca fueron invertidos los recursos y la gente lo sabía y volvieron a votar por la misma gente ¿por qué hacerme Yo cómplice de su decisión? Se las respeto, no tengo más alternativa que respetar las decisiones de la mayoría, pero no me jodan pidiéndome ayuda, porque las personas deben hacerse responsables de sus decisiones.
Yo felicito a quienes todavía tienen deseos de ayudar. Pero para mi estructura de valores, la ayuda tiene un límite antes de convertirse en complicidad. Las personas no maduran mientras no sientan las consecuencias de sus decisiones en carne propia, los pueblos tampoco. Desgraciadamente hay quienes deben vivir muchas tragedias antes de evolucionar, pero como sé que lo más probable es que el próximo año vuelvan a votar por Chávez, mientras la Guaira se volverá a caer con otro aguacero que vendrá en algún momento, prefiero ayudar a quien de verdad quiera superarse y no a quienes utilicen la lástima como instrumento para sobrevivir cada día y mantener una familia a costa de la buena voluntad de los demás.
Los débiles y fracasados deben perecer... Así decía Nietzsche. Yo no me inclino a la erradicación física de nadie, sólo pienso que la debilidad debe ayudarse a desaparecer de las personas, para que no puedan ser utilizadas por líderes dañinos. Aquellos que necesitan del fracaso del prójimo para poder manipularlo a su antojo, alimentan esa carencia de fuerzas para enquistarse en el poder...y lo logran, muchas veces con la ayuda de terceros que ni siquiera pueden darse cuenta que están reforzando patrones de minusvalía en los pueblos y creen que están siendo solidarios con el sufrimiento ajeno. Quizá, sólo quizá, a la gente hay que dejarla sufrir un poco para que pueda aprender a prevenir los hechos que le producen dolor. Si una madre y un padre, en el proceso de educación de un hijo, muchas veces deben dejar que su pequeño bebé llore para que comprenda qué puede hacer y qué no...quizá sea hora de dejar llorar al pueblo para que entienda qué hizo mal y qué no debe volver a hacer.
Finalmente, no pretendo convencer a nadie de mi visión Predrociana de los hechos, pero creo que pensarlo no está de más. Lástima que esta vez sí estoy segura que ningún medio de comunicación me va a publicar, porque esas ideas tan odiosas que presento aquí, deberían poder llegarle a los afectados, para ver si al menos la rabia los ayuda a actuar diferente.
Adriana Pedroza
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