Thursday, April 20, 2006

¿Fe o comodidad?

Como buenos cristianos todos sabemos que Cristo murió en la cruz por la salvación de los hombres, para el perdón de nuestros pecados. Pero la idea del libre albedrío nos encanta, podemos hacer lo que queramos, tomamos las decisiones que nos parecen mejor en un momento determinado y muchas veces no medimos las consecuencias que nuestros actos tendrán sobre la vida de otros y sobre la propia. Al fin y al cabo, nuestros pecados ya están perdonados, ya Cristo murió en la cruz por nosotros, sólo tenemos que mostrar arrepentimiento y lo demás está hecho.

El hombre cree en Dios, cree en una fuerza sobrenatural y le encanta pensar que las cosas suceden por algo, que todo tiene un significado más allá de lo evidente. No dudo que esto sea así, no creo en las casualidades y, como muchos, me inclino a pensar que todo tiene un sentido, que todas las personas que se cruzan en nuestro camino y todas las situaciones que vivimos no son fortuitas, nada ocurre en vano. Creo que siempre hay "algo más", pero no siempre acierto en qué es ese algo más y en ocasiones trato de amoldar ese "destino" a mis paradigmas, a mis caprichos o a lo que Yo deseo, incluso procuro aferrarme a las "casualidades", que se supone tienen una razón de ser, para alimentar una que otra carencia que he decidido mantener con vida por negligencia o por inconciencia. Obviamente me he estrellado y me ha tocado aprender de mis errores, o al menos tratar de hacerlo.

No obstante, cuando escucho a una persona lamentarse de que Dios le puso en su camino una situación determinada que luego le causó dolor y, además, culpan a Dios y le reclaman por lo que les ocurre, no puedo dejar de pensar en la comodidad de la falsa fe. Hay quienes creen en un dios que constantemente pone a prueba a los hombres y toda situación en la vida no es más que un examen para determinar qué tan grande es la voluntad del hombre, la paciencia o la fe. También hay quienes creen en un dios que, luego de someter al hombre a duros retos y castigarlo por lo que hizo mal, premia el esfuerzo y de allí en adelante no hay más obstáculos, de lo contrario ese dios es malo, es cruel, algo no está bien. Por supuesto no faltan aquellos para quienes su dios debe proveer todo y ellos no necesitan hacer esfuerzo alguno, porque al fin y al cabo son los elegidos. En estos casos, que para mí no son sino patologías disfrazadas de fe, la persona no asume ninguna responsabilidad sobre los acontecimientos que se presentan en su vida. En estos casos siempre hay alguien que está mal, la lectura es: "dios está bien, yo estoy mal" o "yo estoy bien, dios está mal".

Quizá psicológicamente es muy económico tener a quien culpar, de alguna manera eso proporciona una sensación de alivio que, en el corto plazo, no la da el asumir las responsabilidades de las acciones que resultan en fracaso. Puede que sea menos costoso en el momento, pero definitivamente es menos rentable a largo plazo y las decisiones de vida deben verse como una inversión a futuro y cada una tienen un valor presente neto que debe indicarnos qué tan acertada es nuestra elección. Desgraciadamente, el problema de muchos humanos es que asumen que el presente es efímero y no trae consigo consecuencias de largo plazo a menos que así lo decidan; lo que muchas personas no comprenden es que es posible conocer el presente, saber cómo sentimos y cómo pensamos hoy; pero lo que nunca podrá saberse con certeza es cómo será el desarrollo de los acontecimientos y, si éstos cambian, cómo nos afectarán y cómo afectaremos nosotros a nuestro entorno si el futuro deja de ser una extensión del pasado, como de hecho lo es. Quienes se sienten impotentes cuando la fortuna no les sonríe, suelen asumir una conducta autocompasiva y esperan del entorno una supuesta comprensión de su situación que, en realidad, no es otra cosa que silencio, complicidad e incluso lástima; pero no toleran que nadie les haga ver cuán responsables son por su infelicidad y cuánto han podido evitarla si hubiesen decidido actuar de manera diferente. La persona objetiva se vuelve de inmediato en un ser repugnante e incomprensivo, pues es incapaz de ponerse en la situación del sufrido, quien espera que el entorno guarde silencio ante sus lamentos y se deje para un momento más oportuno el análisis, pues se supone que existen fases para la superación de los dolores. Pero el problema se agrava cuando la fase de lamentación se prolonga y se pospone el razonamiento demasiado tiempo, haciendo de esta actitud un hábito de vida. Esto le pasa a los hombres, a las familias, a las comunidades y a los paises.

Los seres humanos, cuando atraviesan malos momentos, suelen preguntar a Dios ¿qué he hecho yo para merecer esto?, pero Yo jamás he escuchado a nadie preguntarse lo mismo cuando las cosas le salen bien. Y particularmente pienso que en uno y otro caso, en las buenas y en las malas, uno debe preguntarse, y en la medida de lo posible responderse, qué ha hecho para merecer lo que recibe de la vida, porque como hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza, somos co-creadores de nuestro destino, somos responsables de lo bueno y de lo malo de nuestras vidas y podemos cambiar nuestro pensamiento y nuestra forma de hacer las cosas para tener mejores resultados. La humanidad está formada por seres humanos y los seres humanos son humanos por su pensamiento y por su capacidad de cambiar el enfoque que le dan al pensamiento. El progreso, el desarrollo y el bienestar germinaron como ideas en las mentes de algunos hombres que se atrevieron a pensar de manera distinta a lo como se hacía en sus tiempos y gracias a esos cambios, que nacieron del pensamiento de aquellos pioneros, hoy podemos disfrutar de derechos, libertades y comodidades que para hace algunos años pertenecían al campo de la ficción. Hubo quienes decidieron saberse creadores con el creador y vieron en las dificultades y en las limitaciones las mejores oportunidades de la vida para hacer algo nuevo, para parir nuevas ideas, nuevas formas de pensar, de calcular, de moverse, de existir en un mundo cambiante. Nosotros podemos decidir dejarle todo a Dios y sentirnos frustrados cuando las cosas no salgan como lo deseamos o podemos dejarle a Dios sólo aquello que no podemos manejar y hacer lo que nos corresponde a cada uno en cada momento de nuestras vidas.

El tablero está en la mesa, las piezas están en su lugar, las reglas existen, las jugadas son conocidas; pero las decisiones de cómo jugar, qué piezas mover y cuánto analizar antes de tomar una decisión son únicas y exclusivamente nuestras. Cada juego es nuevo, cada individuo es único e irrepetible. Si es cierto que Cristo murió por el perdón de nuestros pecados y ese es nuestro dogma de fe, cada día se nos presenta la oportunidad de evitarle la cruz, porque con cada una de nuestras acciones y con cada una de nuestras decisiones tenemos la posibilidad de evitar el jaque mate al Rey.


Adriana Pedroza

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